"Yo te busqué, Señor, más descubrí que tú impulsabas mi alma en ese afán. No era yo quien te buscaba a ti. Tú me encontraste a mí. Tú me alcanzaste a mí. Tú me alcanzaste a mí"

Este año recordamos que hace justamente un siglo comenzaba la I Guerra Mundial. No me he olvidado todavía de la impresión sobrecogedora que me causó el pasar cerca de Verdún, en un viaje que realizaba con mi esposa cruzando Francia en coche de este a oeste. Y es que en esa ciudad se libró una de las batallas más sangrientas de esta contienda bélica. Algunos dicen que perecieron un cuarto de millón de personas. Solo la batalla de Somme se cobró más muertes. La I Guerra Mundial fue una inmensa carnicería, aproximadamente ocho millones murieron (algunos dicen que fueron muchos más, hasta diez millones), causando seis millones de heridos (otros elevan su número hasta veinte millones). Nosotros nos referimos a esta conflagración como la I Guerra Mundial, pero entonces se la conoció como la guerra que iba a acabar con todas las guerras. ¡Qué ironía! Ni fue la última ni la más cruel. Este conflicto militar fue seguido por otros muchos más terribles. En un sentido, el siglo XX comenzó con esa guerra y ha sido, posiblemente, el siglo más violento que ha conocido la Humanidad.

El cine se ha hecho eco de esta contienda. Obviamente no hay tantas películas de estas hostilidades cómo, por ejemplo, de la II Guerra Mundial. Personalmente, destacaría clásicos como Adiós a las Armas, de 1932, que se basa en una novela de Ernest Hemingway de 1929, o Senderos de Gloria, de 1957, con un gran Kirk Douglas. También me gustan películas más recientes como Von Richthofen and Brown, de 1971, por sus escenas aéreas y que en España se presentó como El Barón Rojo. Asimismo Gallipolli, de 1981, Feliz Navidad, de 2005, Flyboys, de 2006, y otra ya titulada El Barón Rojo sobre ese legendario piloto alemán, Von Richthofen, de 2008. Finalmente, es encantadora la superproducción de Spielberg Caballo de Batalla, de 2012. Pero mi película favorita sobre la I Guerra Mundial es, sin duda alguna, El Sargento York. Creo que es una de las mejores que tenemos sobre ese conflicto armado. El Sargento York es una de las primeras que vi siendo muy joven y, desde entonces, no deja de conmoverme cada vez que la veo. Es una película de 1941, que se ocupa de la vida del militar norteamericano Alvin York, uno de los soldados estadounidenses más condecorados en la I Guerra Mundial. La historia fue adaptada para la gran pantalla, entre otros, por John Huston, basándose en el diario que escribió Alvin York. Estamos ante un gran guión que interpreta, con espléndidos efectos cinematográficos, los acontecimientos más sobresalientes de la vida del sargento York. Fue dirigida por Howard Hawks e intepretada por Gary Cooper, que se llevó un Óscar por esta película. Es una gran obra cinematográfica que obtuvo, además, otro Óscar por el montaje. También son memorables las interpretaciones de Walter Brennan, como el pastor de la iglesia, y de Joan Leslie, como la novia y esposa de Alvin York, entre otras destacadas actuaciones. La cinta es costumbrista, contiene grandes dosis de humor y abunda en referencias a la Biblia.

Para mí hay dos momentos intensamente emotivos en la película. Primero, la conversión de Alvin York. Este era un granjero de Tennesse, pendenciero y bebedor, pero que experimenta un cambio completo como consecuencia de la intervención de Dios en su vida. Una de las partes que más disfruto es aquella en la que el pastor se entrevista con Alvin mientras éste ara la tierra de su campo. La religión es la que viene en busca de uno, paulatinamente o de repente, cuando menos lo esperes o lo sospeches, le viene a decir. Es Dios el que sale a nuestro encuentro. La exhortación del pastor me recuerda las palabras del libro del profeta Isaías 65:1 donde Dios dice: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí” y un himno precioso que refleja la experiencia de muchos y la realidad de Dios, de un Dios que está vivo:

"Yo te busqué, Señor, más descubrí
que tú impulsabas mi alma en ese afán.
No era yo quien te buscaba a ti.
Tú me encontraste a mí.

Tu mano fuerte se extendió y así,
tomado en ella, sobre el mar crucé,
mas no era tanto que me asiera a ti.
Tú me alcanzaste a mí.

Te hallé y seguí, Señor, mi amor te di,
mas sólo fue en respuesta a tanto amor,
pues desde siempre mi alma estaba en ti.
Siempre me amaste así.

En cuanto a la conversión misma de Alvin York, la película la sitúa en medio de una reunión en la que se interpreta, a indicación del pastor, una canción tradicional evangélica titulada La Religión Antigua. La letra de esta canción dice así:

"Dame la religión antigua,
fue buena para el profeta Daniel,
fue buena para Pablo y Silas.
Me hace amar al prójimo,
y si me hace amar a la gente, es muy buena,
y por eso es buena para mí.
La religión antigua nos llevará al cielo.
Dame la religión antigua"

Lo que el cántico denomina la religión antigua es, en realidad, la fe que aparece en la Biblia, ya que no hay nada más antiguo que la Biblia, como el cántico no cesa de recordar, aludiendo a varios personajes que encontramos en las páginas de las Sagradas Escrituras. De la misma manera que, si queremos beber agua pura y cristalina, compramos agua mineral que está tomada de un manantial, así también solo conocemos a Dios si acudimos a las fuentes del cristianismo, a la Biblia. Este himno me trae a la memoria el texto del libro del profeta Jeremías 6:16: “Así dijo el Señor: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. Dios afirma aquí que solo la religión antigua puede proporcionarnos auténtico reposo espiritual. Un descanso que sólo se encuentra en Cristo mismo porque esas sendas antiguas son, en realidad, las que trae el Señor Jesús mismo. Como Él mismo enseña en el evangelio de Mateo 11:28-30: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Estas palabras subrayan lo que asegura la canción, que solo Dios mismo puede otorgarnos ese descanso, que dependemos de Dios para ser salvos; de hecho, la canción finaliza pidiéndosela a Dios mismo: Dame la religión antigua.

En segundo lugar, y en cuanto a la I Guerra Mundial, York tuvo sus reticencias en cuanto a participar en esa guerra. Tenía ideas pacifistas basándose, entre otros textos, en la mandamiento de Dios de Éxodo que dice: “No matarás” (Libro de Éxodo 20:13). Finalmente, estudiando otras porciones bíblicas como el evangelio de Mateo 22:31: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Alvin York decidió combatir. Este dilema está muy bien tratado en la película. Curiosamente su idea no era la de dar su vida por la patria o la de matar a sus enemigos, sino la de salvar las vidas de sus compañeros. Su actitud es muy diferente a la del general francés en Senderos de Gloria, que arenga a sus tropas preguntándoles si están dispuestos a matar alemanes. Según su propio testimonio, York luchó más bien para que la carnicería de vidas humanas no fuera tan elevada. Durante la batalla del bosque de Argonne, el 8 de octubre de 1918, su unidad sufrió numerosas bajas por el fuego de las ametralladoras alemanas pero, contra cualquier pronóstico, silenció el sólo varios nidos de ametralladora alemanes y capturó 132 prisioneros. La película refleja fenomenalmente esta heroica acción militar que preservó la vida de sus compañeros y, a la postre, la de muchos alemanes. Alvin York dio testimonio en su diario de la protección divina en esta peligrosa situación. Parece increíble que no fuera abatido o herido por el fuego alemán, pero así fue. Su valentía, más allá de su deber, le llevó a recibir varias medallas y es la razón por la que se le recuerda hasta el día de hoy. Asimismo, es interesante notar que Alvin York no se sintió orgulloso de su comportamiento, ya que como dice Gary Cooper en la cinta: “muchos murieron por hacer lo mismo”. Mostró más bien una gran humildad, algo que es asimismo poco común.

Con este hecho se puede concluir la rememoración de un aniversario tan ominoso como el del comienzo de la I Guerra Mundial. Este conflicto es una triste reflexión sobre el infundado optimismo humano acerca de sus propias posibilidades de frenar completamente la maldad humana. Menos aún podrá una guerra acabar con la guerra. Tal cosa no está en las manos de los hombres, tan sólo en las de Dios. Como afirma el libro de los Salmos 46:8-11:

“Venid, ved las obras del Señor.
Que ha puesto asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra.
Que quiebra el arco, corta la lanza,
y quema los carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios;
seré exaltado entre las naciones;
enaltecido seré en la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros;
nuestro refugio es el Dios de Jacob”

Por otro lado, una vida como la de York muestra la realidad de la presencia activa de Dios que, en palabras de otro cántico, “salva, guarda, guía”. Y esa es también nuestra confianza, que Dios preserva a los suyos, aún en medio de las palpables evidencias de encontrarnos en un mundo caído, hasta ese día en el que Dios “juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Libro del profeta Isaías 2:4) cuando, en palabras que se citan también en la película, “morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Libro del profeta Isaías 11:6-9). Esta armonía en el mundo solo vendrá de la mano de Jesucristo, ya que solo él es el “Príncipe de Paz” (Libro del profeta Isaías 9:6), una paz que solo viene “mediante la sangre de su cruz” (Epístola a los Colosenses 1:20).

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en esta página web el viernes 5 de diciembre de 2014.