No puedo obtener ninguna satisfacción, no puedo obtener ninguna satisfacción, porque intento, e intento, e intento, e intento, no puedo obtener ninguna, no puedo obtener ninguna.
“Anda y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón… goza de la vida con la mujer que amas… alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos”. Puede que alguno se sorprenda al saber que estas, y otras frase similares que se podrían citar, están tomadas de uno de los libros de la Biblia, Eclesiastés. Algunos piensan que precisamente las Escrituras no pueden animarnos a pasarlo bien. Su idea de Dios es la de un perpetuo aguafiestas. Las religiones han contribuido a fabricar una imagen de la vida como una realidad triste y tenebrosa en todo momento y ocasión. Pero no hay nada más lejos de la realidad que la idea de que Dios es un ser taciturno. Muy al contrario, es Dios mismo el que nos proporciona la diversión: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios” (Libro de Eclesiastés 2:24) o “Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor” (Libro de Eclesiastés 3:12-13). Eclesiastés, libro que nos instruye acerca de la sabiduría de Dios, celebra al Dios Creador que, en el principio, hizo y diseñó todas las cosas, creándolas buenas y reflejando así su propia gloria. Parte de ese esplendor divino incluye el deleite del ser humano en lo que Dios realiza. Disfrutar de la vida no es sino un mandamiento de Dios, pues consiste en usar de los dones del Dios alegre y generoso que creó el mundo.
Pero, al mismo tiempo, los seres humanos son conscientes, incluso en medio de sus placeres, de que éstos no proporcionan una felicidad completa y duradera. Como afirman, con conmovedora pasión, los Rolling Stones en su célebre canción (I can't get no) satisfaction:
No puedo obtener ninguna satisfacción,
no puedo obtener ninguna satisfacción
Este sentimiento de insatisfacción que experimenta el hombre moderno le une también al autor de Eclesiastés. La frase más conocida del libro es “vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Libro de Eclesiastés 1:2-3). Vanidad significa, literalmente, un soplo de aire, algo insustancial y fugaz como el aliento. Es pura o absurda ilusión. Algo que, finalmente, trae decepción y frustración: “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse” (Libro de Eclesiastés 1:14-15). Esta reflexión en torno a la vanidad le otorga a Eclesiastés un toque contemporáneo, algo muy apreciado por escritores como Juan Carlos Onetti o Antonio Muñoz Molina, entre otros. Eclesiastés, basado en textos que se remontan al mismo rey Salomón, usa el testimonio del rey sabio para mostrar la experiencia humana de descontento de todo. Los Rollings también se hacen eco de esa insaciable e insatisfecha búsqueda:
No puedo obtener ninguna satisfacción,
no puedo obtener ninguna satisfacción,
porque intento, e intento, e intento, e intento,
no puedo obtener ninguna, no puedo obtener ninguna.
El ser humano desea encontrar una trascendencia en lo que le rodea, pero no se sacia; el sentido final de las cosas le elude constantemente. Eclesiastés mismo explica la razón de ese desasosiego humano. Se encuentra en el hecho de que el hombre quiere hallar su identidad en los dones que Dios le ofrece y no en el Dios que da todas las cosas abundantemente. El hombre abusa de lo que tiene, queriendo obtener de ello una satisfacción continuada y plena, algo completamente imposible. En términos bíblicos esto es lo que se conoce como idolatría, pretender encontrar en lo creado, en el mundo o en otras criaturas, lo que solamente el Creador puede ser para el hombre. Lejos de lo que pudiera parecer, esta idolatría daña al ser humano y a toda la realidad creada. Los excesos humanos son una fuente constante de opresión e injusticia, evidencias palpables de que nos hemos alejado del Dios de justicia. Eclesiastés, atento observador de la realidad de la vida “bajo el sol” (otra de sus frases más características) no deja de notar constantemente nuestra inclinación a hacer lo malo (Libro de Eclesiastés 3:16, 4:1, 5:8, etc). Este libro nos alerta a reconocer también las palpables señales de la desaprobación divina de nuestra conducta, por medio de la constante denuncia por parte de Dios de la maldad del ser humano. Nuestros desmanes, enseña también Eclesiastés, nos colocan bajo el justo juicio de Dios, un juicio que está presente ya y que aparece en la frustración y alineación humanas y, finalmente, en la muerte misma (Libro de Eclesiastés 9:3).
El Eclesiastés nos proporciona también la solución a nuestra falta de satisfacción permanente: reconocer a Dios en todos nuestros caminos. Es aquí donde se encuentra la sabiduría que nos transmite este libro. Resulta crucial notar como todas las exhortaciones, y son muchas, que contiene el libro de Eclesiastés a gozar de la vida, tienen como marco de referencia a Dios mismo: “He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte. Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios. Porque no se acordará mucho de los días de su vida; pues Dios le llenará de alegría el corazón” (Libro de Eclesiastés 5:18-20). Y es que los dones de Dios deben ser vistos como señales de su presencia, como Pablo enseñó a los habitantes de Listra en Hechos de los Apóstoles14:17; indicios de su bondad y amor que deben conducirnos al Creador, según dijo Pablo también a los atenienses en Hechos de los Apóstoles 7:25-27. Aún los mejores regalos de Dios, nos dirá Salomón en el capítulo 2 del libro de Eclesiastés: la educación, el placer o el trabajo, traerán frustración y desengaño si dejamos a Dios a un lado. Y es que Dios ha puesto “el anhelo por la eternidad en nuestro corazón” (Libro de Eclesiastés 3:11), algo que sólo el Eterno puede colmar. Como dijo Agustín de Hipona en oración: “Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”.
Por ello, para esta disertación bíblica sobre la sabiduría, el sentido final de la vida sólo se encuentra en Dios, cuando aceptamos con alegría su presencia en todo momento y ocasión. La esencia de ese reconocimiento de Dios consiste en hacer su voluntad: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Libro de Eclesiastés 12:13-14). Siglos después, los judíos le preguntarán a otro gran maestro de sabiduría acerca de lo que Dios pide de nosotros. Jesús les recordará que lo primero que Dios requiere de nosotros es que creamos en Aquél que Dios ha enviado, en Cristo mismo (Evangelio de Juan 6:28-29). Y esto porque, como dijo Pablo, en Cristo “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Epístola a los Colosenses 2:3). Por consiguiente, el significado más profundo de nuestra existencia sólo se alcanza cuando recibimos a Cristo “poder de Dios y sabiduría de Dios” (1ª Epístola a los Corintios 1:24). Si hemos conocido la sabiduría de hay en el mensaje de la cruz de Cristo, podremos vivir con alegría: “Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas...” (Libro de Eclesiastés 9:7-10).
Es loable disfrutar con gratitud de todo lo bueno que Dios nos da. Diviértete, pues, pásalo bien en aquellos momentos y ocasiones en que así sea conveniente, pero pon a Dios como testigo de tu vida, ya que algún día darás cuenta de tus actos ante su presencia (Libro de Eclesiastés 12:1-8). Como también enseña Pablo a Timoteo al recordarle que el matrimonio y cualquier alimento es lícito: “Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado” (1ª Epístola a Timoteo 4:4-5). Pero acuérdate de que la vida en plenitud de gozo sólo se halla en Cristo, “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1ª Epístola a los Corintios 1:30). Como el mismo Cristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Evangelio de Juan 10:10). En Cristo si puedes obtener satisfacción, ahora y por toda la eternidad.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 29 de agosto de 2014. Publicado con ligeros cambios y con permiso.