Schaeffer declaró que si había un tema que daba coherencia a todo su obra era el Señorío de Cristo sobre y que bajo ese señorío podemos hablar de una auténtica vida cristiana.
Hace justamente 100 años, concretamente el 30 de enero de 1912, nació en Germantown (Pennsylvania, EE.UU.) uno de los pensadores evangélicos más acreditados del siglo XX: Francis A. Schaeffer. Su influencia, que perdura con gran vigor hasta nuestros días, está a la altura de la de otras figuras del movimiento evangélico moderno como Martyn Lloyd-Jones, Jim I. Packer, Billy Graham o el recientemente fallecido John R. Stott.
Convertido a los 18 años, estudió para ser pastor en varios colegios bíblicos norteamericanos. Entre sus profesores más conocidos están el gran teólogo J. Gresham Machen y Cornelio Van Til. Schaeffer se casó con Edith Seville en 1935. Edith era hija de misioneros evangélicos que habían trabajado en China con la Misión fundada por Hudson Taylor. Tuvieron varios hijos: Priscila, Susana, Débora y Franky. Schaeffer era reformado en teología, sosteniendo una posición premilenial clásica con respecto a la segunda venida de Cristo. Después de varios pastorados en América realizó en 1947 un viaje a Europa que habría de cambiar su vida. Al examinar las condiciones de la iglesia evangélica en el viejo continente, los Schaeffer tomaron la decisión de mudarse a Europa definitivamente. Allí se instalaron en Suiza, en los alrededores de los Alpes, en Huemoz, en el cantón de Vaud. En 1948 conoció en Holanda al que llegaría a ser uno de sus mejores amigos, Hans Rookmaaker. Su amistad fue muy fructífera para ambos. En 1951 Francis Schaeffer experimentó una crisis espiritual que le llevó a cuestionarse las bases de su fe cristiana. De la misma salió muy fortalecido y, como una de las consecuencias de la misma, fundó L’Abri (El refugio) en 1955, la obra por la que sería conocido y recordado. En L’Abri los Schaeffer recibieron las visitas de incontables hombres y mujeres de todo el mundo, y de todo tipo de trasfondos, que buscaban respuestas a sus inquietudes espirituales. Schaeffer fue también un reconocido conferenciante internacional. Recorrió muchas universidades del mundo impartiendo charlas. Su gran legado a la iglesia actual fueron sus muchos libros y películas en los que mostraba la relevancia de la fe cristiana para el mundo actual. Su figura fue muy popular en el mundo evangélico y sobre todo en los EE.UU, donde su influencia ha perdurado más, incluso en ámbitos políticos. Schaeffer llamó a la iglesia a vivir la realidad de la verdad de su fe en el momento histórico concreto en el que se encontraba, en una entrega diaria al Señor, sirviendo en la sociedad, como sal y luz, con amor y fidelidad a la revelación de Dios en las Escrituras. Schaeffer falleció el 15 de mayo de 1984 en Rochester (Minnesota, EE.UU.) después de una larga enfermedad.
La obra de Schaeffer perdura también por medio del testimonio de los distintos centros que, a imitación del primer L’Abri, hay diseminados por todo el mundo. Entre sus discípulos se puede destacar a Ranald Macaulay, casado con Susan Schaeffer, fundador y director de un instituto llamado Christian Heritage establecido en Cambridge (Inglaterra); Jerram Barrs, que dirige el instituto Francis A. Schaeffer en EE.UU y el alemán Udo Middelmann, casado con otra de las hijas de los Schaeffer, Débora. También su influencia continúa en el ministerio de conferenciantes como Os Guinness, que también estudió con los Schaeffer. En su reciente visita a España, Guinness me dijo que al recordar la importancia de la figura de Schaeffer, no debíamos nunca olvidar que su mujer Edith, persona de gran espiritualidad, fue esencial para su vida y el testimonio detrás de lo que representa L’Abri. Autores como D.A. Carson también acusan alguna impronta de Schaeffer, como se puede ver en libros como Amordazando a Dios. La introducción de Schaeffer en España fue temprana y se debió a la obra de José Grau y Ediciones Evangélicas Europeas. Aunque sea a modo de mero esbozo, se puede analizar el pensamiento de Schaeffer bajo cuatro epígrafes:
El señorío de Cristo.
Schaeffer declaró que si había un tema que daba coherencia a todo su obra era este: “el Señorío de Cristo sobre la totalidad de la vida humana”. Lo que dice sobre este tema es extraordinariamente relevante para nosotros hoy. Siguiendo al mismo Schaeffer, debemos empezar a abordar este asunto desde la misma creación. Debido a la imagen de Dios que lleva todo ser humano, le fue dada autoridad sobre toda la creación para cuidarla (Libro de Génesis 1:27-28, 2:15). Después de la caída del hombre, ese dominio fue estropeado (Libro de Génesis 3:17-19). En Cristo, el segundo Adán, ha habido una restauración, en principio, de ese dominio que es ahora el del Señor sobre toda la realidad. Cristo, el único Mediador, es Señor de todo ahora (Libro de los Salmos 8:6, 1ª Epístola a los Corintios 15:25-27, Epístola a los Hebreos 2:5-9, Libro de los Salmos 110). Esa renovación no es, por ahora, completa. La creación anhela, sin embargo, la prometida y completa restauración de todas las cosas en Cristo. Algo que ciertamente acontecerá (Epístola a los Romanos 8:18-23).
A la luz de este señorío de Cristo hay un llamamiento a someterse al señorío de Cristo que se debe extender a todo hombre, conforme a los términos de la gran comisión (Evangelio de Mateo 28:18). Pero el hecho es que esta restauración del señorío de Dios tiene lugar parcialmente ahora en todos aquellos que, arrepentidos de sus pecados, reciben a Cristo como su Señor y Salvador. Esto capacita al cristiano para someterse al señorío de Cristo aquí y ahora. Esta sumisión al Señor recupera algo del orden de la creación. Schaeffer subrayaba el hecho de que debe abarcar a todo lo que es el hombre. En la práctica significa que todo el que es de Cristo, aquí y ahora, puede entregar a Dios todo su ser: cuerpo, mente, sentimientos y voluntad (Evangelio de Marcos 12:28-34). En palabras de Abraham Kuyper “no hay ni siquiera un palmo en el ámbito de nuestra vida humana del que Cristo, que es soberano sobre todo, no proclame esto es mío”. Esta entrega no es perfecta, claro, pero por la presencia del Espíritu de Cristo en la vida del creyente debe ser, de alguna manera, evidente en cada aspecto de nuestra vida. En la práctica significa que el dominio de Cristo sobre nuestras vidas, su señorío, se extiende sobre todas las áreas de nuestra vida, no solo sobre las consideradas “espirituales”, sino sobre todas. Y es que no hay áreas espirituales y otras que no lo sean. Y esto por la unidad de la vida que nos ha dado Dios. En palabras del mismo Schaeffer: “todo es espiritual porque el Señor hizo todo, y Cristo murió para redimir todo. Y aunque la completa restauración no vendrá hasta que Cristo vuelva, es nuestro deber, con la ayuda de Cristo, el tratar de introducir una restauración substancial en todas las áreas de la vida”. Por ello debe existir una espiritualidad verdadera en cada aspecto de nuestra vida. Como dice Pablo en la 1ª Epístola a los Corintios 10:31 “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Todo es importante y por ello el cristiano está interesado en todo, ¡no solo sobre lo que canta sino también sobre su deber de reciclar! Por ello, la relación del cristiano con el mundo no es solo negativa sino también positiva. Y esto porque todo es del cristiano, como enseña Pablo en la 1ª Epístola a los Corintios 3:21-23.
La verdadera espiritualidad.
Es bajo ese señorío que podemos hablar de una auténtica vida cristiana, lo que Schaeffer llamó una verdadera espiritualidad. Esta se encuentra anclada en la realidad de la existencia de un Dios personal. En palabras de Schaeffer: que Dios está ahí (Libro de Génesis 1:1, 26, Libro de Éxodo 3:14), y que se ha revelado a sí mismo, infaliblemente, en su Palabra, la Biblia, es decir, que Dios ha hablado (Epístola a los Hebreos 1:1-3). En la Escritura encontramos un verdadero análisis de nuestra condición espiritual de perdición y del único remedio para esa situación, la obra de Cristo a nuestro favor en la cruz (Epístola a los Romanos 1, 2 y 3). Una vez justificados por la fe en Cristo, el cristiano comienza una vida de relación personal, momento a momento, en expresión de Schaeffer, con Dios por medio del Espíritu del Señor (Epístola a los Romanos 6 y 8). Este proceso de santificación tiene lugar al vivir bajo a la luz de las realidades sobrenaturales que nos rodean y que son tan ciertas como las naturales (2º Libro de Reyes 6:8-23). Por la fe, como afirma Pablo (Epístola a los Gálatas 2:20), hacemos nuestras, en todo momento, las promesas de Dios que nos llevan a vivir a la luz de lo que ya somos en Cristo Jesús. Lo hacemos en comunidad, como iglesia delante de un mundo que nos observa. Para Schaeffer, nuestra principal característica debe ser la de sostener la verdad en amor (1ª Epístola a Timoteo 1:3-5 y 2ª y 3ª Epístola de Juan). La verdad centrada en la realidad de Dios, en Cristo, por el Espíritu y revelada en las Escrituras; y el amor, que es el fin de todas las cosas, pues Dios es amor. Esta será la base fundamental para nuestro testimonio en el mundo.
Hablando a nuestro mundo moderno.
Y es que en realidad el aspecto más conocido de Francis Schaeffer es el que tiene que ver con su obra en relación al testimonio a nuestro mundo moderno. Schaeffer era un evangelista. Todos sus libros buscan, finalmente, que podamos, como iglesia, llevar el evangelio a un mundo perdido. Schaeffer es un auténtico maestro en este tema y, por tanto, mucho podemos aprender de su contribución a la evangelización hoy. Pero no es solo el contenido de sus libros lo relevante. Su estilo debe ser destacado igualmente. Es llano y sencillo. Tiene la gran virtud de tratar temas complejos y hacerlos, sin embargo, completamente accesibles a todos. Esto es un don más bien escaso, pero esencial para dar testimonio con eficacia.
De entrada, solo se puede dar testimonio desde una rotunda posición cristiana. Es decir desde una experiencia real y verdadera de conversión cristiana. En una época de confusión como la nuestra es necesario aclarar y declarar lo que verdaderamente significa ser cristiano según el testimonio de las Sagradas Escrituras. La conversión nos coloca en la única posición posible para hablar y actuar con pertinencia en este mundo. Nuestro testimonio es, en pocas palabras, el de la realidad de la eficacia de la verdad. Esta produce un cambio de vida que nos lleva a un amor verdadero por el perdido. Verdad y amor son los dos polos sobre los que gira la apologética de Schaeffer. ¿Cómo debemos vivir entonces?, se pregunta Schaeffer. “Siguiendo y aplicando en nuestros actos y pensamientos los absolutos que la Biblia proporciona. Haciendo esto no caeremos jamás”, remacha el mismo Schaeffer.
1. La verdad implica confesar la realidad del testimonio bíblico acerca de Dios, el hombre y Cristo. De entrada, un Dios personal y santo que se revela en su creación y en su Palabra, la Biblia. En cuanto al hombre, la verdad significa reconocer nuestra dignidad como creados a la imagen y semejanza de Dios; pero por otro, nuestro estado de criaturas caídas y perdidas, en palabras de otro libro de Schaeffer que expone algunos pasajes de Jeremías, Lamentaciones y Romanos, que hay Muerte en la ciudad... (Libro de Lamentaciones 1:1, Epístola a los Romanos 1:18-33). En cuanto a Cristo, es confesar una salvación que se encuentra exclusivamente en su obra a nuestro favor (1ª Epístola de Pedro 2:24, 3:18). La única autoridad es, pues, la Biblia y la única salvación la llevada a cabo por Cristo en la cruz. Esto es algo completamente ajeno a la manera de pensar de nuestro mundo. Schaeffer exhibe con claridad el abismo que separa ambas cosmovisiones en un libro como La fe de los humanistas.
Conocer la verdad de verdad necesariamente implica también instrucción (1ª Epístola a los Corintios 15:1-8). El contenido de lo que presentamos es esencial si queremos que la gente se convierta al Dios de las Escrituras y no simplemente tenga una experiencia religiosa que puede tener en muchos lugares y que, por eso mismo, ¡no necesariamente es cristiana! Esto nos lleva a esforzarnos por definir con precisión lo que decimos y estar seguros de que nuestro interlocutor lo entiende bien. La base de la fe es la enseñanza de la Palabra de Dios (Epístola a los Romanos 10:16-17). El Espíritu Santo usa el conocimiento impartido para llevar a la verdad al hombre, como vemos en el caso de Lidia (Libro de Hechos de los Apóstoles16:14). Este aspecto es también básico hoy.
2. El amor implica tratar a nuestro prójimo adecuadamente. Como alguien que, aunque apartado de Dios, retiene aún la imagen de Dios en sí mismo (Libro de Génesis 1:26-27, 4:9-16). El hombre es todavía una criatura moral y racional aunque actúe inmoral e irracionalmente. El hombre es alguien que no puede ser tratado mecánicamente, sino como persona, aunque sea inconsistente consigo misma y sea culpable a los ojos de Dios por su pecado (notemos como en el evangelio cada persona es tratada por el Señor según sus circunstancias: Evangelio de Juan 4:7-26, Evangelio de Marcos 10:17-22, Evangelio de Lucas 19:1-10, Evangelio de Marcos 11:27-33, etc.). No puede haber, por tanto, clichés que aplicar indiscriminadamente a todos, sino empatía para descubrir cómo podemos ayudar a la persona a nuestro lado. Debemos manifestar respeto, creatividad y compasión en nuestra presentación del evangelio a cada persona que es, por otro lado, única e irrepetible.
La apologética, finalmente, solamente será creíble y eficaz si el mundo ve en nosotros amor individual y corporativo. La paciencia y la amabilidad para con todos, en un contexto de ayuda mutua y familiaridad, es lo que gana, humanamente hablando, el oído de muchos. Al mismo tiempo, es obligación cristiana el estudiar y conocer bien las Escrituras y el mundo en el que vivimos porque “es falta de amor y compasión el eludir la dura tarea de comprender los problemas del hombre sin intentar darles respuestas honestas”, afirma nuestro autor en Los caminos de la juventud hoy. Un conjunto de hombres y mujeres unidos sobre la base de la verdadera doctrina acerca de Dios y Cristo y cimentados en amor (Evangelio de Juan 13:31-35) es el reto que tiene por delante La iglesia al final del siglo XX y también hoy.
El cristiano en la sociedad.
A la luz de lo que hemos visto con respecto al pensamiento de Francis A. Schaeffer, no puede sorprendernos que sus últimas inquietudes tuvieran como objetivo el definir la influencia que el cristiano debe tratar de tener en la sociedad en la que le ha tocado vivir. Es una aplicación directa de la realidad del señorío de Cristo sobre todas las cosas. Esto aparece claramente delimitado en las Escrituras (Evangelio de Mateo 5:13-16, Epístola a los Filipenses 2:15-16, por ejemplo). La relación con el hombre moderno debe ser integral. Debemos preocuparnos por el alma y por el cuerpo de todo ser humano.
Para Schaeffer, lo fundamental, en primer lugar, es comprender la sociedad en la que vive. Esto es lo que ya hicieron los primeros cristianos antes de llevar el Evangelio a otros (Libro de los Hechos de los Apóstoles 17:22-28). De esta manera, Schaeffer busca vivir a la luz de lo que es la sociedad occidental moderna y actual. Schaeffer manifiesta su enciclopédico conocimiento de la cultura occidental en sus muchos libros pero, también y muy particularmente, en la serie de programas y en el libro titulado ¿Cómo debemos vivir entonces? Esta serie contiene un análisis muy pormenorizado de la historia de las ideas y de las artes en las que se plasman esos mismos pensamientos, y que han constituido lo que llamamos la cultura occidental. Pero al mismo tiempo, le sirven a Schaeffer para descubrir cuál es el estado del hombre en la actualidad y cómo debemos presentar el evangelio teniendo en cuenta su situación actual.
Para Schaeffer, el hombre de hoy es fruto de varias influencias. Entre ellas debemos destacar el humanismo. Básicamente, el humanismo enseña que el hombre es la medida de todas las cosas. El hombre hoy se ve a sí mismo como meramente animal o como una máquina, y esto explicaría sus actitudes sociales también. Para Schaeffer, las ideas siempre tienen consecuencias. En su libro ¿Qué le pasó a la raza humana? escrito junto con su amigo, el cirujano Everett Koop, Schaeffer muestra algunas de las terribles consecuencias de este humanismo actual. El cristiano debe hacer ver a su oyente las conclusiones a las que le lleva su postura y también la inconsistencia de sus ideas en este mundo. Así lo hicieron, igualmente, los apóstoles en su contexto (Libro de Hechos de los Apóstoles 17:19-34). Schaeffer recupera también una apologética que apela al testimonio de la creación. Algo en lo que abunda con igual brillantez y eficacia C.S. Lewis.
A la luz de la comprensión del estado de la sociedad, Schaeffer incide también en la responsabilidad cristiana integral hacia esa misma sociedad en la que se encuentra. Aunque los cristianos sean una minoría, deben pensar y actuar con la confianza de saber que Dios les puede usar para su gloria. La historia enseña, fuera de toda duda razonable, que el cristiano puede influir política y socialmente para bien en donde se encuentre. Esa es la realidad que demuestra, por ejemplo, el grupo de Clapham, que con William Wilberforce a la cabeza, luchó y consiguió acabar con la esclavitud.
Los cristianos deben, de entrada, participar en la sociedad en la que viven. En esta sociedad deben vivir la vida cristiana, y al hacerlo, indicar indirectamente, por su estilo de vida, que hay un alternativa creíble para todos (Evangelio de Lucas 6:27-49, 1ª Epístola de Pedro 2:11-12). Después, Schaeffer anima a usar la persuasión, que para Schaeffer implica mostrar que el punto de vista cristiano sobre las cosas es bueno, en sí mismo, para todos. Finalmente, el creyente debe estar dispuesto a la cobeligerancia con otros seres humanos, en aquellas cuestiones que afectan a la sociedad como un todo.
Todavía hoy podemos beneficiarnos enormemente de la obra de Schaeffer. No es ninguna pérdida de tiempo el estudiar su obra. Puede constituir una revolución en nuestras propias vidas.
Literatura recomendada en castellano:
De Francis A. Schaeffer:
25 estudios bíblicos básicos
Arte y Biblia
¿Cómo debemos vivir entonces?
Génesis en el tiempo y en el espacio
Huyendo de la razón
La fe de los humanistas
La iglesia al final del siglo XX
Los caminos de la juventud hoy
Muerte en la ciudad
¿Qué le pasó a la raza humana?
Retorno a la libertad y a la dignidad
De José Grau:
Buenas noticias
Eclesiastés
Goza de la vida
¿Ha hablado Dios?
De Hans Rookmaaker:
Arte moderno y la muerte de una cultura
El arte no necesita justificación
De J. Gresham Machen:
Cristianismo y cultura
De Os Guinness:
Amarás a Dios con toda tu mente
La hora de la verdad
De Don A. Carson:
Amordazando a Dios
De Bryan A. Follis:
La verdad con amor
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el nº 256 de la revista Edificación Cristiana (noviembre-diciembre de 2012). Publicado con permiso.