La influencia de la Biblia en la creación de muchos de los principios que hoy damos por sentado como sociedades avanzadas, sin que apenas unos pocos lo reconozcan...
Me alegro mucho de la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 a Antonio Muñoz Molina. Nacido en Úbeda (Jaén) en 1956, este autor andaluz ha recibido ya otros premios. Entre otros galardones, obtuvo el premio Ícaro de literatura en 1986 por su primera novela Beatus Ille, y el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica en 1988 por El invierno en Lisboa. También recibió el Planeta en 1991 por El jinete polaco. Algunas de sus novelas han sido llevadas al cine, como Beltenebros por Pilar Miró o Plenilunio por Manuel Uribe. Otras novelas son Sefarad y Ventanas de Manhattan. Muñoz Molina también es articulista. Así, La vida por delante, publicado en 2002, es una colección de artículos que aparecieron en el dominical de El País desde 1997. Su última obra, publicada este mismo año, Todo lo que era sólido, se ocupa de analizar con acierto, rigor y amenidad los efectos de la crisis que padecemos ahora en España. Académico de la Lengua desde 1995, ha sido también director del Instituto Cervantes de Nueva York. A mí me encanta la colección de artículos y ensayos publicada bajo el nombre de Pura alegría, una auténtica joya en la que Muñoz Molina desvela algunas de las claves de su vocación literaria.
Pero mi interés en su persona y obra se debe a varios factores. De entrada, me identifico con algunos de los escritores y libros que señala como de cierta importancia en su formación como escritor, por ejemplo el olvidado pero genial Benito Pérez Galdós o Julio Verne. Al igual que Muñoz Molina, disfruté mucho leyendo los libros de Verne. La combinación de misterio, viaje y compañerismo me resultaba y resulta muy atractiva. También me gusta mucho, como a él, el poeta T.S. Eliot. El primer capítulo de su novela Beatus Ille comienza con una cita de Eliot: mixing memory and desire, es decir, mezclando la memoria y el deseo. Aprecio su incesante desafío a que conozcamos a los grandes escritores y que anime a todos a leer y releer las grandes obras de la literatura. Indudablemente, me impresiona su poder de descripción de la España de su infancia, que aparece en muchas de sus obras y que me hace rememorar, vívidamente, lo que también experimentamos muchos en nuestra juventud. Pero, particularmente, me complace su admisión de que la Biblia y el Quijote tienen para él “una íntima relevancia personal”. Me encanta que confiese la deuda de gratitud que tiene para con dos de los libros que han conformado nuestra civilización occidental, la Biblia y el Quijote. Pocos son los intelectuales que se expresan con esa franqueza en cuanto a la Biblia. Yo no podría entenderme sin estos dos libros, igualmente.
En concreto, valoro su reconocimiento a la influencia de la Biblia en la creación de muchos de los principios que hoy damos por sentado como sociedades avanzadas, sin que apenas unos pocos lo reconozcan o se aperciban de ello. Por otro lado, me conmueve su sincero homenaje a la Biblia y, en particular, a la versión de la Biblia conocida como Reina Valera. Esta es la versión que maneja Don Mercurio, el médico de Mágina, en El jinete polaco. Dejo ahora la pluma a nuestro flamante Príncipe de Asturias: “Leer la Biblia en privado y en el propio idioma, sin la mediación policial del clero, es uno de los actos que establecen la modernidad de la conciencia europea. El libre examen es la base de la libertad del pensamiento, y hasta del modo cotidiano y solidario en el que ahora leemos cualquier libro. Por nuestra feroz tradición católica y contrarreformista, los españoles no nos hemos educado leyendo la Biblia, y cuando esta empezó a difundirse de verdad en España, cuando se puso de moda entre las familias de clase media tener una Biblia con tapas repujadas en el comedor, la traducción que se publicaba estaba escrita en un castellano sin color ni sabor, sin ninguna belleza y con grandes dosis de pudibundez... pero existía una Biblia en español desde el último tercio del siglo XVI, en un español que tiene toda la furia y toda la poesía del español de La Celestina, toda la abundancia selvática del idioma en el que están escritas las crónicas de Indias, el descaro del Lazarillo, la solemnidad temible de la gran arquitectura y de la música religiosa de entonces. Me estoy refiriendo a la traducción de la Biblia de Casiodoro de Reina, completada por Cipriano de Valera y publicada en Amberes en 1576. Publicada, claro, en el destierro, por un fraile hereje, y leída clandestinamente a lo largo de los siglos por los protestantes españoles, pero inaccesible para casi todos...”. Y es que es una lástima que se desconozca, o se quiera ignorar, que España posee una Biblia que está a la altura, en calidad literaria, a las que han conformado la literatura de otros países, como es la Biblia de Lutero en cuanto al alemán, o la versión del Rey Jaime con respecto al inglés.
Por lo que respecta al Quijote, me identifico perfectamente con Muñoz Molina cuando afirma que, a pesar de todas las apariencias, es un libro poco leído: “Así que puede decirse que el Quijote en España, ha sido un libro tan secreto como la Biblia erasmista del siglo XVI, y que la ironía de Cervantes y su invención radical de eso que llamamos la novela pertenecen más a la tradición inglesa que a la española. Cervantes, como habría dicho su enemigo, Lope, resulta ser un peregrino en su patria. Pero es que algunos de los mejores españoles han sido peregrinos y expulsados, traidores a España”. Curiosamente, Cervantes es también un gran conocedor de la Biblia, a la que cita y alude, con frecuencia, en su Quijote, algo a lo que, precisamente por el desconocimiento de la Biblia entre nosotros, pocos han prestado atención o incluso notado.
Finalmente, me resulta fascinante lo que Muñoz Molina denomina “nuestro derecho al pasado”. Entiendo esta afirmación como advertencia a no olvidar, o dejar que “nos lo olviden”, si se me permite la expresión. Pero también como nuestro derecho a conocerlo mejor, y darlo a los cuatro vientos, y esto para que enriquezca nuestro presente y nuestro porvenir. Es lo que podríamos denominar la memoria recuperada y asimilada o, en las palabras de T.S. Eliot que tanto gustan a nuestro autor, “not the pastness of the past, but its presence”, algo así como “no lo que tiene de pasado el pasado, sino lo que tiene de presente”. En Muñoz Molina esta presencia del pasado es esencial, a mi modo de ver, en el sentido, entre otros que se pudieran hallar, de no olvidar lo tenebroso del mismo para que no se vuelva a caer en la tentación de repetirlo. En las palabras de una gran frase de Milan Kundera, que cita Muñoz Molina: “la lucha de la memoria contra el olvido es la lucha de la libertad contra la tiranía”. Rescatar algunas de las páginas más desdeñadas de nuestro pasado será una de las maneras de contribuir a construir un presente, y un futuro más esperanzador para nuestra gran nación española. Dejo, nuevamente, la palabra a Antonio Muñoz Molina: “En la escuela franquista nos enseñaban un pasado de reconquistas, glorias militares y heroicidades religiosas, y borraban cualquier posibilidad de que conociéramos otro pasado, el que ahora podría ser más fértil para nuestro presente, el de una tradición literaria de cosmopolitismo, tolerancia y verdad, que va desde la obra de Ibn Hazm al Arcipreste de Hita, a Fernando de Rojas, a Cervantes, a Casiodoro de Reina, a Blanco White, a don Manuel Azaña, a tantos rebeldes y tantos desterrados que yacen ahora en el limbo absoluto del desconocimiento y que podrían alimentar no solo nuestra imaginación literaria sino nuestra dignidad civil”. Y es que conviene la recuperación de lo mejor de nuestro pasado pues, entre otras cosas, nos ayudará también a aceptar la pluralidad de nuestra nación española. En otras palabras, a abandonar la mítica creencia de que ser español es sólo lo que a unos españoles, en particular, les parece que significa ser español. Lo que afirma Florencio, uno de los personajes de El jinete polaco, cuando le dice a otro, llamado Chamorro, que él, Florencio, es: “Católico, Chamorro, católico, apostólico y romano, a fuer de buen español". El teniente Chamorro dio un golpe con los nudillos en la mesa: "Ya empezamos, hombre. Y yo entonces, porque no voy a misa, ¿soy turco?”.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 1 de noviembre de 2013. Publicado con permiso.