Se puede afirmar que su trasfondo cristiano explica las inquietudes de Dunant que acabaron fraguando la Cruz Roja. Esta labor fue reconocida en 1901 con el Premio Nobel de la Paz.
El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja ha sido galardonado este año con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Creo que nadie podrá discutir los méritos de este Movimiento Internacional a la hora de recibir este premio. La web del Premio Príncipe de Asturias nos dice que: “El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja está presente en 186 países y es sustentado por más de 100 millones de miembros y voluntarios, está compuesto por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, y 187 Sociedades Nacionales. Cada uno de ellos tiene identidad jurídica, estructura y cometido independientes aunque están unidos por siete principios fundamentales: humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad”. También nos describe la labor que realiza en la actualidad este Movimiento. Ésta se puede resumir en tres aspectos: “acción humanitaria hacia las víctimas de los conflictos bélicos, acción humanitaria hacia las víctimas de desastres naturales y de otro tipo en tiempo de paz, y acción preventiva y en favor del bienestar social y de la calidad de vida”.
Afortunadamente, la obra de la Cruz Roja es bastante conocida y reconocida en España. Merece todo apoyo. Lo que creo que no es tan notorio es el origen de este extraordinario movimiento humanitario. Nuevamente, la misma web del Premio nos da algunos datos básicos acerca de esos comienzos: “El germen de la Cruz Roja se gestó cuando Henry Dunant, tras la batalla de Solferino (Italia) en 1859, organizó a la población para socorrer a más de 40.000 personas que yacían muertas o heridas sin atención alguna. Propuso, entonces, la creación de sociedades nacionales de socorro para ayudar a heridos en combate, señalando así el camino hacia los futuros Convenios de Ginebra… La Cruz Roja nació en 1863 cuando cinco ciudadanos de Ginebra, incluido Dunant, fundaron el Comité Internacional para el Socorro de los Heridos, que más tarde daría lugar al Comité Internacional de la Cruz Roja. Al año siguiente, 12 gobiernos adoptaron el primer Convenio de Ginebra, que garantizaba la ayuda a los heridos en el campo de batalla y definía los servicios médicos como neutrales. La labor de Henry Dunant fue reconocida en 1901 con el primer Premio Nobel de la Paz, junto con Frédéric Passy. Hasta tres veces en esta cita aparece el nombre de Henry Dunant y su íntima relación con el nacimiento de la Cruz Roja. Examinemos brevemente la vida de Henry Dunant.
Henry Dunant nació el 8 de mayo de 1828 en Ginebra, Suiza. Sus padres pertenecían a una familia acomodada dedicada a los negocios. Eran protestantes de fe calvinista. Asistían a la iglesia que pastoreaba el famoso predicador evangélico Luis Gaussen, la famosa iglesia evangélica llamada El Oratorio de Ginebra muy cerca, por cierto, de la casa donde vivió el gran reformador Juan Calvino. Gaussen fue compañero de estudios de otro famoso predicador evangélico, Henri Pyt. Conocemos a este otro evangelista suizo por su participación en la conversión evangélica de nuestro querido cervantista, manchego Juan Calderón Espadero, en Bayona en 1825. A través de esta predicación evangélica de Gaussen, Dunant acudió a Cristo para encontrar el perdón de sus pecados. Dunant se convirtió en un miembro muy activo de la iglesia, abundando en las oraciones y las buenas obras. La iglesia a la que pertenecían los Dunant era fruto del llamado Réveil, o avivamiento evangélico que desde mediados del siglo XVIII sucedió en muchos países europeos. Es curioso observar como el Réveil en el continente comenzó en Ginebra durante los años 1816-1817. El Réveil se caracterizó por un anhelo por un cristianismo más sencillo. Apelaba a la fe primitiva y original de los primeros cristianos. En este sentido, entroncaba con las doctrinas de la Reforma Protestante del siglo XVI. Como complemento y contrapartida a la Ilustración, el Réveil puso el acento en la Biblia, como la única regla de fe y práctica, la perdición del hombre y su pecaminosidad, lo cual hace imposible la salvación por las obras, la divinidad de Cristo, y la salvación por su obra expiatoria en la cruz que se recibe por fe. El Réveil muestra como otra de sus características más sobresalientes una gran preocupación social. Todos los lugares en los que dejó su impronta también experimentaron una mejora en las condiciones de los más desfavorecidos. Así, el Reveil hizo que se multiplicaran las iniciativas a favor de los esclavos, los huérfanos, las prostitutas, los presos, los ciegos, los sordos, los enfermos y los niños de las fábricas entre otras. El nacimiento de la Cruz Roja en este contexto del avivamiento no es, pues, una casualidad, pues refleja las preocupaciones humanitarias de muchos europeos y americanos en esos momentos. De hecho, Dunant reconoce en sus Mémoires que sus padres también le inculcaron su amor por los más desvalidos. Así, el padre de Dunant dedicaba mucho tiempo a visitar las prisiones. Por su parte, su madre, la gran influencia en la vida de Dunant, cuidaba regularmente de enfermos y necesitados. Sus padres vivían la realidad de la parábola del buen samaritano (Evangelio de Lucas 10:30-37). Posteriormente, el ejemplo de Florence Nightingale y del libro de Harriet Beecher-Stowe, La cabaña del Tío Tom, fueron también cruciales en su vida. Se puede afirmar que su trasfondo cristiano explica las inquietudes de Dunant que acabaron fraguando la Cruz Roja. Otra curiosidad sobre los orígenes de la Cruz Roja es precisamente su bandera. La idea, aparentemente, fue del médico Luis Appia, que era miembro de la Sociedad Evangélica de Ginebra. Fue el que parece que sugirió el emblema de la Cruz Roja, una bandera blanca con una cruz roja, que se basa, en la bandera de Suiza pero con un cambio en los colores del fondo de la bandera a la cruz.
Dunant no tuvo una vida fácil. Sus propios negocios fracasaron y se vio reducido a la pobreza y a la depresión. Al final de su vida vivía, olvidado por muchos, en un hogar para ancianos en Heiden, Suiza. Allí le descubrió un periodista, Georg Baumberger. Posteriormente le fue otorgado el primer Premio Nobel de la Paz en 1901. El texto de la felicitación que le envió el Comité Internacional expresa el reconocimiento a su contribución: “No hay hombre alguno que merezca más este honor, pues fue usted, hace cuarenta años, quien puso en marcha la organización internacional para el socorro de los heridos en el campo de batalla. Sin usted, la Cruz Roja, el supremo logro humanitario del siglo XIX, probablemente nunca se hubiera obtenido”. En este sentido, es interesante notar como el día de su cumpleaños, el 8 de mayo, se celebra el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Típico en Dunant, utilizó el dinero del Premio Nobel para pagar deudas y apoyar a distintas asociaciones caritativas. Dunant murió el 30 de octubre de 1910. Merece la pena leer su libro Un souvenir de Solferino o ver las películas Historia de una idea y Rojo en la cruz. Me gustan mucho algunas de las palabras de su testamento y que resumen admirablemente su vida: “Soy un discípulo de Cristo, como los del siglo I. Nada más”.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 28 de diciembre de 2012. Publicado con permiso.