Desde su obligado exilio final en Londres, Juan Calderón trabajó en el British Museum en la recuperación de la obra de los primeros escritores protestantes españoles del siglo XVI.
El 19 de abril de 1791 nació en Villafranca de los Caballeros (Toledo) Juan Calderón Espadero. Se cumplen 220 años de su nacimiento. Este aniversario es una magnífica ocasión para recordar a uno de los primeros (si no el primero) cervantistas manchegos, amén de brillante teólogo protestante. Tiene también el honor de ser el primer periodista evangélico en lengua española. Es precisamente esa condición de protestante (y por si fuera poco pastor y evangelista de esa confesión) lo que le hizo ser injustamente olvidado en su propia tierra. Muchos no podían perdonarle que, habiendo sido ordenado como sacerdote católico romano en 1815, se convirtiera a la fe evangélica en 1824 en Bayona (Francia). Aun así, un enemigo ideológico del ilustre manchego, Marcelino Menéndez Pelayo, no puede dejar de reconocer que Juan Calderón Espadero está entre los tres heterodoxos españoles más importantes del siglo XIX, junto con José María Blanco White y Luis de Usoz y Río. El cántabro así lo señala “por méritos filológicos y la docta pureza con que manejó la lengua castellana”.
Pero el reconocimiento de la figura de Juan Calderón en nuestros días debe mucho a la labor de investigadores como Juan B. Vilar y Mar Vilar, de la Universidad de Murcia y, sobre todo, a Ángel Romera Valero, incansable investigador y redescubridor de la figura de uno de nuestros manchegos más insignes. Junto a estos investigadores es de justicia reconocer que Alcázar de San Juan, de la mano de su Ayuntamiento y de su Patronato de Cultura, ha contribuido decisivamente a la recuperación de nuestro Juan Calderón Espadero. No en vano su madre era de Alcázar, de los Espaderos, familia de recio abolengo en Alcázar. Además, su padre ejerció de médico titular en Alcázar desde 1806 hasta su muerte acaecida en 1837. Juan Calderón mismo inició sus estudios eclesiásticos en el convento de los franciscanos de Alcázar de San Juan en 1806. Los amplió en Lorca (Murcia). Una vez ordenado sacerdote católico romano, enseñó filosofía en Alcázar. Posteriormente expuso la Constitución de Cádiz, lo cual le creó muchos enemigos y le obligó a exiliarse en Francia, después de que le dispararan a la puerta de su casa. El Ayuntamiento le dedicó una calle a Juan Calderón con una hermosa placa, además de mencionarle en otra placa en la calle donde residían su padres, la actual calle de la Independencia. Pero, además, el Patronato está detrás de la reedición de la obra de Juan Calderón. Hasta el momento han aparecido dos de sus obras. De entrada, su fascinante y conmovedora Autobiografía en la que principalmente se relata cómo llegó a su conversión al Evangelio. También ha aparecido su comentario al Quijote, con el título de Cervantes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, que no han entendido o que han entendido mal algunos de sus comentadores o críticos. En esta curiosa dilucidación del Quijote, el cervantista manchego enmienda la plana al célebre comentarista de la obra de Cervantes, Diego Clemencín. Ambos libros cuentan con soberbias introducciones críticas por parte de Ángel Romera. Además, se organizaron como parte de esa recuperación histórica de la figura del filólogo manchego unas conferencias en 2004 denominadas Juan Calderón en las que intervinieron tanto Ángel Romera como Mar Vilar, entre otros.
Indudablemente muchos son los méritos de Juan Calderón para que le sigamos prestando atención hoy. Un mero artículo no puede abarcar las múltiples facetas de su pensamiento, obra y producción literaria. Hay, sin embargo, dos aspectos que me gustaría señalar y que creo que muestran la relevancia del pensamiento de Juan Calderón en nuestros días. Desde su obligado exilio final en Londres, donde llegó a enseñar en el famoso King’s College, y donde fue ordenado como pastor, Juan Calderón trabajó en el British Museum en la recuperación de la obra de los primeros escritores protestantes españoles del siglo XVI. A partir de 1849, y hasta su muerte acaecida en 1854, Juan Calderón copió para Usoz algunas de los escritos que posteriormente aparecerían en la recopilación de las obras de los Reformistas Antiguos Españoles, editada por Usoz en veinte tomos entre 1847 y 1865. Nuestro Calderón fue un precursor en esa tarea que ha tomado un nuevo impulso en nuestros días gracias a la Editorial MAD de Sevilla, dentro de la serie Colección Eduforma Historia. En la misma no solo se están volviendo a publicar algunos de los volúmenes que ya editó Usoz sino que, además, se están presentando otras obras de autores españoles, entre ellas algunas que solo estaban en latín y que aparecen por primera vez en castellano. Ya entonces Calderón y Usoz, entre otros, vieron que era imprescindible recuperar las composiciones de aquellos primeros reformadores españoles del siglo XVI. Y esto no solo por su excepcional calidad literaria y teológica, sino también por el hecho de que demuestran muy a las claras que España no fue ajena a la Reforma Protestante del siglo XVI. Hubo, pues, Reforma en España con autores españoles de mucha enjundia. Calderón fue un pionero en esta empresa de dar a conocer una parte que se ha querido esconder de nuestra identidad española. El hecho es que la fe evangélica tiene un notorio arraigo en nuestro país con autores autóctonos, algunos de los cuales no llegaron a sus posiciones reformistas por influencia de otros reformadores extranjeros, sino desde su propia reflexión sobre la Biblia. También se acaba de editar una parte de la correspondencia entre el hebraísta Luis Usoz y el hispanista Benjamín Wiffen, en la que aluden con cierta frecuencia a Juan Calderón.
En segundo lugar, creo que sigue siendo muy pertinente en nuestros días reflexionar sobre las consideraciones que hace Juan Calderón en su Autobiografía, a propósito de su conversión a la fe evangélica. En un sentido, Juan Calderón, en su familia y en su propia persona, es un reflejo de la sociedad española de su época, pero, y esto es lo curioso, también de la nuestra. Su madre era muy devota de la fe católica de Roma. Su padre, médico ilustrado, era también un escéptico. Calderón recibe el influjo de sus dos progenitores. Estudia a fondo el catolicismo romano, pero también a los autores ilustrados como Rousseau y Voltaire, y también a Depuis y a Holbach, entre otros; e incluso otros anteriores como Spinoza. Calderón es como su padre, un liberal en política, pero también llega al ateísmo. Su fe católica romana se derrumba del todo alrededor de 1820. El ateísmo parece proveer de una salida intelectual a sus inquietudes y dudas, pero en el momento de mayor angustia de su vida, en 1824, el ateísmo no le libra de la desesperación más absoluta. En Bayona comienza a frecuentar las reuniones evangélicas dirigidas por el pastor suizo Henri Pyt. En las mismas, estudia la Biblia con asiduidad además de las obras de autores evangélicos como Robert Haldane, Tomás Erskine y Tomás Chalmers. Allí descubre la riqueza de la Biblia: “comencé a leer el Evangelio en el mismo texto del Evangelio” afirma Calderón. También la adecuada defensa intelectual que de la veracidad de las Escrituras se puede realizar. Pero, sobre todo, encuentra en el mensaje bíblico de Cristo el descanso para su alma. En palabras del mismo Calderón: “La experiencia que tenía de la inutilidad de mis propios esfuerzos para tranquilizar mi conciencia era una disposición inmediata para recibir la verdad del Evangelio, cuando nos anuncia que por las obras de la ley no será justificada ningún alma viviente (Epístola a los Romanos 3:20, 28, Epístola a los Gálatas 2:16 y Libro de los Salmos 143.2)”. Y añade: “la experiencia hecha de la vanidad de los sistemas de la sabiduría humana para procurar la paz y el consuelo a un alma que se siente angustiada por sus transgresiones, me llevaba como por la mano a recibir la verdad del Evangelio cuando nos anuncia que no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos (Hechos de los Apóstoles 4:12)”. Esta es la experiencia espiritual de Juan Calderón con la que muchos nos identificamos también. La sorpresa de descubrir que la Biblia es confiable e intelectualmente satisfactoria. Asimismo, la paz para con Dios que viene de descubrir al Cristo que presentan esas mismas Escrituras. En este sentido, Calderón nos desafía hoy a acudir a la Biblia para contemplar allí al verdadero Cristo. Hay, pues, en Calderón una relevancia poco común pero siempre vigente, también en nuestros días. Solo el Cristo de la Biblia puede darnos consuelo y certeza espirituales. Aunque solo fuera por esto, Juan Calderón Espadero siempre será un referente para muchos de nosotros.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 3 de junio de 2011. Publicado con permiso.