Este film está basado en una novela de Kaj Munk, un pastor evangélico que fue asesinado por la Gestapo en 1944. Ordet refleja, aunque sea sutilmente, algunos aspectos del evangelio.
El pasado 19 de noviembre se presentaba en el histórico cine Doré de Madrid el libro “Huellas del Cristianismo en el Arte: El cine”. Uno de los escritores del mismo es Francisco Royo, miembro de la Academia de Cine, y guionista de series como “Médico de familia”, “Periodistas” o “Cuéntame cómo pasó” y de películas como “El Club de los Suicidas”. En la presentación, Curro Royo aludió a una de las afirmaciones más aparentemente sorprendentes que aparecen en el libro, a saber, “la imposibilidad de retratar fielmente a Jesús de Nazaret” en el cine. Y esto, como añade el libro, “es una consecuencia más de la naturaleza dual del Señor, del carácter único e irrepetible de una persona que sigue desafiando, generación a generación, a todos aquellos que se aproximan a él”. Jesús es un hombre perfecto y Dios encarnado, por ello podemos plantearnos abiertamente si será posible (yo creo que no) hacer una película totalmente fiel al Jesús que presenta la Biblia. Por ello, las mejores películas sobre Jesús serían aquellas en las que, lejos de crear un acercamiento a su figura por la imagen misma de Jesús, se nos invitara, cinematográficamente hablando, a considerar los valores que transmite el evangelio de Jesús.
Creo que aquí estaría la razón por la que, cuando la Filmoteca Nacional preguntó a los autores del libro, José de Segovia, Francisco Royo y Daniel Jándula sobre la película que podría ser la más adecuada para proyectarse en esa presentación, la elegida fuera Ordet, (“La Palabra” en danés) del director de esa misma nacionalidad, Carl Theodor Dreyer. Ordet (1955), que curiosamente acaba también de aparecer en DVD, está considerada una obra maestra del cine. Si, como dice el mismo Dreyer “la esencia más íntima del cine es una necesidad de verdad”, entonces estamos ante una de las más logradas manifestaciones cinematográficas de la verdad del evangelio. Este film está basado en una novela de Kaj Munk, un pastor evangélico que fue asesinado por la Gestapo en 1944. Juan Antonio González Fuentes traza un paralelo entre la trama de Ordet y Don Quijote. Al referirse a un personaje de la película que se cree Jesucristo, el poeta cántabro nos dice que: “La sociedad bien pensante le trata como a un loco, se ríen de él. Igual le sucedió a Don Quijote, que sufre las burlas de las clases altas, de las bajas, del médico, del cura, del barbero…, pero él continua en su fe inquebrantable en la caballería, fe en sí mismo que lo convierte, finalmente, en alguien resplandeciente: el payaso se convierte en caballero en la obra de Cervantes; en la de Dreyer el payaso es un santo, el único creyente de verdad, pues es el único que tiene verdadera fe, fe en un Jesús, en un Dios, que es el del amor, el que no va a permitir el sufrimiento del marido, el que va a devolver a la vida a la mujer, el que da esperanzas a los niños. ¡Dejad que los niños se acerquen a mí!, dijo Jesús a sus discípulos. En este sentido, la escena de la conversación del tío-loco con su sobrina-creyente mientras la cámara gira lenta a su alrededor describiendo un círculo perfecto es sin duda una de las más hermosas de toda la historia del cine”.
Como queda apuntado, Ordet refleja, aunque sea sutilmente, algunos aspectos del evangelio. Pero, a mi modo de ver, fundamentalmente nos lleva a una reflexión sobre el hecho de que es solo por la Palabra de Dios que verdaderamente podemos llegar a creer en la resurrección de los muertos. La resurrección de los muertos es una doctrina fundamental de la fe cristiana, establecida sólidamente sobre la base del testimonio de muchos hombres y mujeres que vieron al Cristo resucitado, tal y como lo habían ya anticipado las Escrituras del Antiguo Testamento (1ª Epístola a los Corintios 15:1-9). Su importancia es tal que, como dice no un incrédulo sino un creyente, el Apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, “si Cristo no ha resucitado nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco vuestra fe” (1ª Epístola a los Corintios 15:14). Ordet es una parábola cinematográfica de la conexión que se establece entre la fe en la Palabra de Dios, que es la Palabra de Cristo, y la resurrección. Sin desvelar el punto álgido de la película, para aquellos que no la hayan visto todavía, Ordet nos insta a la fe en la resurrección exclusivamente por el poder de la Palabra.
Algunas veces, hablando con la gente mayor sentada en los bancos de nuestra Plaza, me ha conmovido notar el escepticismo de algunos frente a la realidad de la resurrección. Uno pensaría que en nuestra nación la creencia en la resurrección sería algo básico. Y sin embargo no es así. Creo que se debe al hecho de que, como apunta Dreyer en su película, existe una conexión entre la fe en la resurrección y la fe en la Palabra de Dios. De tal manera que, sin una exposición vital a la Palabra de Dios y un conocimiento real y en profundidad de la misma, los ritos religiosos no tienen en sí mismos poder para engendrar esa fe en la resurrección. Y es que solo podemos creer por la Palabra y sobre la base de la Palabra. Y es que la resurrección basa su veracidad en la Palabra de Dios, como lo vemos en la conversación de aquél que era La Palabra encarnada, nuestro Señor Jesucristo, con Marta: “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Evangelio de Juan 11:25-26). Jesús dijo a Marta: “¿Crees esto?”. Esta es la pregunta que Cristo continua haciéndonos a todos hoy. Ser cristiano implica creer en la resurrección corporal. ¿Por qué podemos creer? Precisamente porque es la Palabra de Cristo la que afirma esa resurrección. La Palabra del Dios hecho carne, el Cristo que resucitó a Lázaro, por el mero poder de su Palabra. Jesús es la Palabra que resucitó. “¿Crees esto?”. En nada se pone de manifiesto más a las claras si nuestra profesión de fe cristiana es real o fingida que en la respuesta que demos en nuestro fuero interno a esta pregunta. Si crees, muchos te tendrán por un loco… no lo dudes, pero recuerda que ya a Él le tuvieron por loco. En uno de los pasajes más desconocidos del evangelio encontramos como incluso los propios familiares de Jesús le tuvieron al principio como fuera de sí (Evangelio de Marcos 3:20, 31). Y, sin embargo, Él es la Palabra que resucitó. Su propio hermano Santiago creyó en Jesús como consecuencia de esa resurrección del primer hijo de María (1ª Epístola a los Corintios 15:7).
La resurrección de Jesús fue corporal. Los apóstoles y tantos cientos de testigos no vieron a un espíritu, sino a uno que pudo decirle a Tomás: “acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente” (Evangelio de Juan 20:27). Por eso, la predicación del hecho de la tumba vacía de Jesús y de la realidad de un Cristo vivo es el armazón de toda la proclamación apostólica del Evangelio. Si leemos atentamente el libro de los Hechos de los Apóstoles no podemos dejar de notarlo. Por ello, la auténtica fe cristiana no solo postula la pervivencia del alma, eso ya lo creían los griegos y los romanos entre otros. La fe cristiana trae un mensaje más escandaloso todavía, cree en la resurrección del cuerpo. Y esto, por la sencilla razón de que la resurrección de Cristo fue corporal; algo que, cuando Pablo lo anunció en la culta Atenas, provocó la burla de una parte de su audiencia y ¡la conversión de la otra! (Hechos de los Apóstoles 17:30-34). En una de las escenas más conmovedoras de Ordet, el marido desgarrado por el dolor de haber perdido a su esposa en un parto nos dice que también le gustaba su cuerpo. Y es que hay en nosotros un anhelo por lo corporal. El cuerpo y lo material son creación divina también, y también serán redimidos por Dios. La esperanza cristiana no es una existencia etérea, entre rechonchos querubines y nubes de algodón, sino en palabras del apóstol Pedro: “cielos nuevos, y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2ª Epístola de Pedro 3:15). Cristo habló a los suyos de beber vino con ellos en el reino de su Padre (Evangelio de Mateo 26:29). Celebrar la Semana Santa es, según el testimonio de las mismas Escrituras, creer en la resurrección de los muertos. Creer que esa resurrección garantiza la nuestra, incluida la de nuestros cuerpos. Es creer que la resurrección de Jesús demuestra que todo pecado y ofensa a Dios y al prójimo ha sido cancelado por la fe en esa muerte expiatoria de Cristo en la cruz del Calvario (Epístola a los Romanos 4:25). ¿Crees tú esto? Esto solo es posible por la Palabra, la Palabra por la que creemos. Es exclusivamente por la Palabra de Dios que podemos tener fe, dice el apóstol Pablo (Epístola a los Romanos 10:17). Es por la lectura y la audición de la Palabra de Dios que la fe viene a nosotros. Si queremos creer debemos empaparnos de la Biblia. Los primeros cristianos eran hombres y mujeres de fe. ¿El secreto de su fe? La Palabra de Cristo moraba en abundancia entre ellos (Epístola a los Colosenses 3:16). Es por eso por lo que “creo en la resurrección de los muertos y la vida perdurable. Amen”. ¿Crees esto?
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico “El Semanal de La Mancha” el viernes 15 de abril de 2011. Publicado con permiso.