Armstrong afirmó: «Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna». Se refería a los los peldaños del Templo de Herodes...
Era un 20 de julio de 1969, cuando el Apolo XI se posaba en la superficie de nuestro satélite. Fecha inolvidable cada 20 de julio, es el cumpleaños de mi querida madre. Pero, de aquellos días, en concreto, me cuenta cómo vimos el acontecimiento en una televisión de la marca Telefunken. Muchos nos sabemos de memoria las primeras palabras del comandante Neil Armstrong al pisar la Luna: «Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la Humanidad». Como parte de la conmemoración de aquel gran evento, se están exhibiendo grandes documentales como Destino a la Luna: Un lugar más allá del cielo de Robert Stone o 8 Días del Apolo 11 de Anthony Philipson entre otros. Estos impresionantes testimonios, algunas veces con materiales, más o menos inéditos, nos permiten a algunos regresar a esos momentos nuestra infancia cuando el primer hombre llegó a la Luna. También mi adolescencia está marcada por la llamada conquista del espacio, algo que se vivía con gran intensidad emocional. Recuerdo, y no era el único, que muchos queríamos ser astronautas de mayores. ¡Hasta soñábamos con construir nuestros propios cohetes! Nuestro mundo era el de la de las naves Apolo, pero también el de las películas y series de ciencia ficción que por entonces estaban en auge. Nos fascinaba el espacio y la exploración del mismo. ¡Quería tener un telescopio! El espacio exterior se consideraba la última frontera. Muchos disfrutábamos insaciablemente de todas las noticias acerca de la carrera espacial, e incluso de los muchos libros de Astronomía que leía con avidez y, claro, las películas o series de ciencia ficción estaban entre nuestras favoritas. ¡Aún hoy me siguen fascinando! ¡Son tantas! Particularmente recuerdo La guerra de las Galaxias y a mi madre llevándonos al cine Alcázar a ver lo que ella llamaba «las latas». Tuvimos que ir hasta tres veces, según me dice, antes de poder entrar, ya que no había entradas disponibles. Me impactó la inquietante El planeta de los simios y La Odisea del Espacio. A mí me encandiló la serie Espacio 1999 con ese gran actor Martin Landau. Por supuesto, esto lo habíamos encadenado muchos de nosotros a lecturas como Un viaje a la Luna del genial Julio Verne.
También me acuerdo mucho de mi primera visita a Houston y contemplar alguno de los cohetes. Me preguntaba y me pregunto todavía cómo pudieron naves, tan aparentemente frágiles, llevar al hombre a la luna. Me lo pasé bien con la cinta Apolo 13, con Tom Hanks representado al astronauta Jim A. Lovell y la mítica frase: «Houston, tenemos un problema». Me ha fascinado la Trilogía Cósmica de C.S. Lewis: Más Allá del Planeta Silencioso, Perelandra y Esa Horrible Fortaleza. El punto de vista de Lewis es curioso. Somos nosotros, los humanos, los que somos los malos —dice Lewis— y, en todo caso, somos nosotros los que lo exportamos o podemos acabar llevando el mal a otros mundos. Lo más extendido es pensar que el mal viene a nosotros, ejemplificado para siempre por la maravillosa La Guerra de los Mundos de H.G. Wells.
El reciente estreno de El Primer Hombre, otra cinta sobre el piloto, ingeniero y profesor universitario Armstrong, me traía de nuevo a la memoria la fe cristiana de muchos de estos hombres del espacio. Armstrong no era una excepción en ese sentido, aunque fuera más comedido que otros. Otros muchos astronautas dieron, igualmente, testimonio de su fe, en particular, usando palabras de la Biblia. Así, su compañero en el Apolo XI, y que también pisó la Luna, Buzz Aldrin, anciano de una iglesia presbiteriana en Houston, en aquellos días de julio de 1969, quiso recordar en el espacio la pasión y muerte de Cristo por los pecadores, llevando consigo en su equipo de astronauta algo de pan y de vino. Para ello, usó las palabras de Jesús en Juan 15:5: «Yo soy la vid y vosotros las ramas; el que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada». Además, se nos dice, dio: «... gracias por la inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad». Otro astronauta famoso, también de fe protestante, fue John Glenn. Fue el primer hombre que orbitó la Tierra. Recibió el premio Príncipe de Asturias de Cooperación en 1999. Con motivo de la rueda de prensa que dio en Washington, aludió a la seriedad con la que se tomaba su fe, habiendo enseñado en la escuela dominical de su iglesia y cómo la parábola de Jesús sobre los talentos había determinado su actitud ante la vida. James Irving fue el octavo hombre en pisar la Luna en 1971, de hecho, se paseó por la misma en una especie de todoterreno lunar. De fe evangélica habló de «cómo había sentido el poder de Dios como nunca antes». Al mirar a las montañas lunares recordó las palabras del Salmo 121: «Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra». La primera misión tripulada alrededor de la Luna fue la del Apolo VIII. Estando ya en la órbita lunar, el piloto del Módulo lunar William Anders anunció que la tripulación de la nave quería enviar un mensaje a la Tierra. El mensaje consistió en la lectura de Génesis 1.1-10. Lectura que fue realizada por los tres tripulantes de la nave, el ya mencionado Anders, el piloto del Módulo de Mando Jim A. Lovell, y el comandante de la nave Frank Borman. El Génesis comienza con estas preciosas palabras: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra», Génesis 1.1.
Hace años, nuestro querido astronauta (de la Agencia Europea del Espacio ESA) y ahora ministro Pedro Duque quiso rendir un tributo a Armstrong con motivo de su muerte. En el mismo, Duque, que lo conoció a través de John Glenn, recuerda algunas de las peripecias de aquel primer alunizaje y la destacada, aunque muy desconocida contribución del comandante al rotundo éxito de la misión. La decisión final de alunizar fue suya. Incluso menciona como el polvo de la luna que recogió de motu propio, contenía el helio 3, un elemento que apenas existe en la tierra, pero que, aparentemente, constituye una de las esperanzas, de algún día poder generar energía nuclear en la tierra ¡sin residuos! Duque nos recuerda que, según su propia familia, Armstrong era «un héroe reacio», «pero más héroe que nadie» —apostilla Duque. Armstrong, añade Duque «no gustaba de la adulación y prefería hacer su labor calladamente». Pero, si hay un testimonio más que nos ha llegado del personaje, y que retrata bien su vida y convicciones. Fue durante su visita a Jerusalén en 1988. Conducido por un arqueólogo a los restos de los peldaños del Templo de Herodes, que aparentemente todavía se conservan, y por las que Jesús tuvo que, necesariamente, haber caminado para entrar en el mismo, Armstrong afirmó que: «Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna». El primer ser humano que pisó la luna remarca que las pisadas más trascendentales de la Humanidad fueron las de Jesús de Nazaret cuando vino a la tierra para ser nuestro Salvador. Su mensaje final es que lo fundamental de nuestra vida es la identificación con el Dios y Salvador que, por amor a una Humanidad perdida, pisó nuestra Tierra —no la Luna—, para subir a una cruz —no a una nave espacial—, y dar así su vida, en rescate por la nuestra. El paso más trascendental, y con consecuencias eternas para cada uno de nosotros, que todos debemos dar, es el de seguir a Jesús como nuestro único Mediador, Señor y Salvador.