La Biblia repetidamente lo afirma. Pero, ¿qué es exactamente lo que significa que Dios es amor?Juan dice que Dios amó al mundo...
Nunca entenderemos la Biblia bien si no nos damos cuenta de que, esencialmente, es una explicación y celebración del carácter de Dios en sus tratos con su creación. Es decir, las Escrituras presentan a Dios tal y como Él es, y no como a nosotros nos gustaría que fuese. Ese es el inusitado valor de la Palabra de Dios.
Así, el anuncio del nacimiento de Jesucristo, conduce a una multitud de huestes celestiales a alabar a Dios diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas!”, Lucas 2.14. La venida del Hijo de Dios al mundo para encarnarse nos permite contemplar el radiante carácter de Dios. Es evidente que el advenimiento del Verbo de Dios tiene que ver con nosotros. Esos seres igualmente afirman: “en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”, pero incluso estas buenas noticias para nosotros, de paz de parte de Dios, nos desvelan Quién es Dios verdaderamente. Así, la Biblia repetidamente afirma que Dios es amor, 1ª Juan 4.8. Pero, ¿qué es exactamente lo que significa que Dios es amor? La Biblia no cesa de sorprendernos al mostrarnos el incomparable amor de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Juan 3.16. Este es uno de los grandes textos de las Escrituras. Son las primeras palabras de la conclusión de la conversación de Jesús con un maestro de Israel llamado Nicodemo, Juan 3.1-15. Pero es que es, además, un resumen en miniatura de todo el mensaje de la Biblia. El Apóstol resalta aquí la intensidad del amor divino, “porque de tal manera”. Es decir, tanto es este amor que, en el Señor Jesucristo, y sin ninguna duda, alcanzará el propósito al que apunta el amor de Dios.
En primer lugar, este pasaje nos presenta el amor de Dios medido por su objeto. Juan dice que Dios amó al mundo. Y aunque la palabra mundo es el cosmos, la creación de Dios en sí misma considerada, aquí Juan la emplea como en otros lugares de sus escritos, para referirse a la humanidad en rebelión contra Dios: aquellos que son culpables y enemigos de Dios. Ya en el prólogo de su evangelio, Juan ha afirmado del Verbo de Dios: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”, Juan 1.9,10. Posteriormente, el mismo Señor Jesús dice que: “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas”, Juan 7.7. El mundo es un mundo de pecado, Juan 16.8, los que no pueden hacer nada por su propia salvación y, sin embargo, un mundo al que Dios ama. Por ello, es tan incomparable este amor de Dios.
Pero, en segundo lugar, notemos que el amor de Dios se puede medir, igualmente, por su contenido. El texto afirma que Dios: “ha dado a su Hijo Unigénito”. Dios nos ha dado lo mejor que tenía, no a un ángel, sino a su Hijo Unigénito, Aquel que es Hijo en un sentido único, ya que es expresión personal, eterna y exacta del Ser de Dios: “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia”, Hebreos 1.3. Pero el Hijo fue dado con una misión. De entrada, implica su encarnación. Es decir, lo dio para que habitara entre nosotros, y así pudiéramos ver su gloria como el unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, Juan 1.14. Una entrega real y concreta, en el tiempo y en el espacio, en carne, como afirma el mismo Juan en 1ª Juan 4.1-3. Una encarnación para nuestra salvación por medio de su muerte. Y es que este texto ha de verse a la luz de la explicación que Jesús le da a Nicodemo del incidente en el desierto en el que Moisés levantó una serpiente de bronce en un asta. Todos los israelitas que, mordidos por las serpientes, miraban a esa serpiente en el asta no morían, Números 21.9. Jesús usó ese acontecimiento para ilustrar la necesidad de su crucifixión: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”, Juan 3.13,14. El Hijo de Dios vino al mundo para ser clavado en una cruz. Por eso Juan, puede igualmente afirmar que, en su entrega a la muerte, está la esencia del amor de Dios: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”, 1ª Juan 4.9,10. Propiciar es apartar la justa ira de Dios por nuestro pecado. Solo El llevó el castigo que merecíamos. ¿Hay amor como este? Y es en esta su Persona encarnada para vivir y morir que conocemos verdaderamente a Dios. Como dice Juan: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”, Juan 1.18. Dado a conocer es una sola palabra en griego: exegesato, de donde obtenemos nuestra palabra exégesis que significa literalmente extraer, es decir, explicar o interpretar. Nuestro Señor Jesucristo es la exégesis del Padre: lo representa, lo explica de un manera auténtica, exhaustiva y final. Por eso el mismo Señor pudo decir a Felipe, uno de sus discípulos: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras”, Juan 14.9-11. No en vano Pablo, escribiendo a los Colosenses, con respecto a nuestro Señor Jesucristo afirma que: “porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, Colosenses 2.10. En la disposición de Jesús a morir a favor de pecadores vemos el corazón de Dios. El amor de Dios es incomparable.
Pero, en tercer lugar, medimos su amor por el propósito del mismo. Juan dice: “para que todo Aquel que en el cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Es precisamente sobre la base de su obra en la cruz del Hijo de Dios encarnado, que ahora se puede anunciar con toda certeza que, por la sola fe en El, tenemos vida eterna. Es solo por fe porque solo la fe hace honor a la Persona y Obra de nuestro Señor Jesucristo. Ya que, ¡solo Él nos podía salvar! Por eso Pablo, escribiendo a los Gálatas dice: “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado … No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo”, Gálatas 2.16,21. Y es que creer en El, es descansar en El, es entrar a una relación de confianza en El, por la que somos salvos. En el prólogo de su evangelio Juan lo ha descrito de este modo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, Juan 1.12,13. Y es que esta manera de ser salvos, solo por fe, muestra el valor inconmensurable del Señor Jesucristo. La manera, pues, de recibirlo, debe estar en armonía con ese amor incomparable. La fe nos centra solamente en El. Me encanta como lo expresó Miguel Delibes en su gran obra El Hereje: “la pasión y muerte de Jesús era algo tan importante que bastaba para redimir al género humano”. Y es que ser salvos por la sola fe significa que nada nuestro añadimos a su Obra de salvación. La fe es mirar hacia afuera para encontrarlo todo en Aquel que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Solo su amor ha provisto el único camino de reconciliación con Dios y que pasa por su muerte en la cruz. Por eso el mismo Juan añade: “el que en El cree, no es condenado”, Juan 3.18. ¡Solo nos salva su amor incomparable!
Este mensaje del amor de Dios en Cristo es el único que puede proveer de esperanza a todos. Dice el texto: “todo aquel que en el cree”. Es decir, cualquiera de los que forman parte de este mundo en rebelión contra Dios puede ser salvo por la fe en Cristo. La salvación se ofrece sinceramente a cualquiera por parte de Dios, a todos sin excepción. No hay otro camino para evitar la perdición: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”, Juan 3.17. Juan concluye diciendo: “mas tenga vida eterna”. Solo por la fe en Jesús alcanzamos la vida eterna. Y es que el amor de Dios no proporciona una mera escapatoria de la condenación eterna. Su incomparable amor nos da la vida eterna. Vida eterna, que no es solo indica duración sino calidad. Jesús dijo: “yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”, Juan 10.10. Una vida que consiste en conocer al Padre con el Hijo, Juan 17.3. Una vida que se corresponde con la eternidad, con la realidad que viene, y que ya empezamos a gustar ahora solo por la fe en el Señor, al entrar en esa relación con El. Jesús dice: “El que cree en mí, tiene vida eterna”, Juan 6.47. No afirma tendrá, sino que la posee ya en El. Por eso, dime: ¿Hay amor como el de Dios en Cristo? ¿Has creído en El? El amor de Dios es incomparable.
Publicado en Protestante Digital el 11 de enero de 2021 con permiso del autor - Autor: José Moreno Berrocal