Es fundamental entender lo que allí estaba transcurriendo. ¿Qué significado tenía la muerte de Jesucristo?
En fechas como estas, estamos acostumbrados a recordar el hecho histórico de la muerte de nuestro Señor Jesucristo en una cruz romana, levantada en un monte llamado Calvario, en la ciudad de Jerusalén, hace aproximadamente 2000 años. Lo que muchos no se plantean es qué pasó exactamente en aquella cruz. No me refiero solo a los sufrimientos físicos y mentales del Señor. Sabemos que fueron terribles. Mas bien me pregunto sobre la razón por la que el Hijo de Dios encarnado se encontraba allí. Esto no es mera curiosidad o especulación sino que la misma Escritura nos dice que es fundamental entender lo que allí estaba transcurriendo. En otras palabras ¿Qué significado tenía la muerte de Jesucristo?
Escribiendo a los corintios en su segunda epístola y en el capítulo cinco, Pablo enseña acerca del sentido de la cruz. De entrada, Pablo afirma que lo acontecido en aquella cruz fue a iniciativa de Dios: “Y todo esto proviene de Dios”, v 18a. Es verdad que Cristo fue traicionado por Judas, y entregado por sus enemigos a muerte, con el resultado de que acabó colgado de una cruz. Pero Pablo afirma, además, que detrás de lo que acaeció en la cruz estaba Dios mismo. Había un plan divino de salvación que pasaba por la muerte en la cruz de Cristo. El Señor Jesús, repetidamente, durante su ministerio terrenal enseñó que había venido para hacer la voluntad del Padre que le había enviado. Ese eterno plan de Dios incluía el hecho de entregar su vida, aunque Jesús tenía el poder para no hacerlo, Juan 6.38 y 10.17,18. Y, significativamente, afirmó que vino para dar su vida en rescate por muchos, Marcos 10.45. Asimismo enseña Pedro que todo lo que aconteció con respecto a la muerte de Cristo estaba bajo el control de Dios ya que Cristo fue: “entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios”, para que se cumpliera: “ todo lo que tú en tus planes ya habías dispuesto que tenía que suceder”, Hechos 4.28. Esto, por supuesto no elimina la responsabilidad criminal de aquellos que le entregaron y le condenaron a muerte (como asimismo dice Pedro en Hechos 2.23 y 4.27) ya que lo hicieron deliberadamente, y con el ánimo cruel de destruirlo. Fue un acto de inusitada y terrible maldad por el que son culpables delante de Dios. Y, sin embargo, había un designio divino que se llevó a efecto simultáneamente.
Todo esto puede parecer algo extraño, pero, lo es aún más si cabe el hecho de que lo acaecido en aquella cruz fue un acto de Dios de reconciliación por medio de su Hijo nuestro Señor Jesucristo: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” v 18b, insiste Pablo. Pero, ¿qué es la reconciliación? Este vocablo tiene que ver con el mundo de las relaciones personales. Reconciliar es poner juntos de nuevo, es hacer las paces entre dos que hasta ese momento eran enemigos. Esta es la idea que Pablo tiene en Romanos 5.10: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. El ser humano es hostil a Dios. Dios está igualmente enemistado con la Humanidad. Estamos bajo su justa ira por causa de nuestra rebelión y pecado contra El. Nuestra maldad incluso se manifiesta en la manera en la que tantas veces tratamos mal a nuestro prójimo. Estamos en guerra contra Dios y nos enfrentamos a otros seres humanos. Pero el mensaje de la cruz es inaudito en un contexto como este de franca oposición a Dios. Pablo escribe que la reconciliación es no tomar en cuanta a los hombres sus pecados, v 19. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede hacer Dios algo así? La respuesta nos la proporciona el mismo Pablo en el versículo 21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Cristo fue considerado y tratado como un pecador, aunque El no tenía pecado. Llevó sobre sí la culpa de nuestro pecado como si el hubiera pecado. Pero fue así para que, nosotros que sí somos pecadores, fuéramos considerados y tratados como justos. Nuestro pecado fue imputado, es decir, atribuido a Cristo, para que ahora, a nosotros, se nos impute la justicia de Dios. Cristo se colocó en el lugar que nos correspondía ocupar a nosotros. Es decir fue nuestro sustituto. Cristo murió en la cruz a favor de los impíos. Como también enseña Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”, 1 Pedro 3.18. Es decir llevó sobre sí el castigo que merecían los transgresores de la Ley de Dios. Esto es lo que pasó en la cruz.
Y lo que pasó en la cruz entonces, añade Pablo, tiene efectos presentes. Es decir, esa obra de la reconciliación de Dios con el ser humano en la cruz en la que murió Cristo, sigue estando vigente. Es decir, en todo momento, da igual quienes seamos, y los muchos pecados que hayamos cometido, podemos ser, también hoy, reconciliados con Dios. Por eso Pablo insiste en este pasaje que cada uno de nosotros tenemos que apropiarnos aquí y ahora de esa reconciliación: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”, v 20. Tenemos aquí una exhortación a abrazar esa oferta de reconciliación. Pablo se refiere a la misma como:“ la palabra de la reconciliación”, v 19. Un anuncio divino de su buena voluntad hacia nosotros en Cristo. Notemos que incluso Dios mismo está envuelto en esa invitación a la reconciliación con El. No solo tomó la iniciativa para salvarnos, no solo nos proporcionó los medios para reconciliarnos consigo mismo (a Su propio Hijo Unigénito) sino que también El mismo está involucrado en ese ofrecimiento de salvación en Cristo: “como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo”, v 20. Dios nos llama por medio de sus siervos a acudir a Cristo como pecadores. Dios nos convoca a un reconocimiento y dolor de corazón por nuestra gran maldad, a abandonar el mal, y a recibir los beneficios de esa reconciliación que son, el perdón de todos nuestros pecados y la vida eterna. Notemos que no se nos emplaza a contribuir con nuestras buenas intenciones y obras a esa reconciliación. Tan solo se nos ruega que aceptemos la reconciliación que Dios ha provisto para pecadores como nosotros en su Hijo Jesucristo. La obra en la cruz es suficiente para ser reconciliados con Dios. Y es precisamente por eso, por lo que es por la fe en Cristo que somos salvos, ya que la fe es apelar a El para que nos perdone, sobre la base de lo que pasó en la cruz.
La pregunta que tienes que hacerte a la luz de lo que pasó en la cruz es doble: ¿Has entendido el significado de la cruz? y ¿Has recurrido a Cristo para ser reconciliado con Dios? Por tanto, pon tu fe en Cristo y recibe así los beneficios que obtuvo para los pecadores por lo que, una vez y para siempre, pasó en aquella cruz.
Publicado con permiso del autor José Moreno Berrocal. Tambien publicado en Protestante Digital