La parábola de Lucas 15:11-32 no debería llamarse la parábola del hijo pródigo, como se la conoce, sino la parábola de los dos hijos o la parábola de “los dos hijos perdidos”
Cómo es habitual en los libros de Keller, El Dios pródigo, basado en el pasaje de Lucas 15:11-32, lleva también un subtítulo que describe bien el contenido del material que se nos presenta: el redescubrimiento de la fe cristiana. Pero, en este caso, esta frase no solo resume el asunto que trata, sino que además nos proporciona una clave para entender al mismo Keller y su trayectoria vital. En la introducción, el predicador de Nueva York nos dice que fue un sermón que escuchó sobre este texto de Lucas 15 el que “transformó mi entendimiento del cristianismo. Casi me sentía como si hubiese descubierto el fundamento secreto del cristianismo”, p.12. Ese mensaje fue predicado por el Doctor Edmund P. Clowney, que fue presidente y también profesor de Teología Práctica en el célebre Westminster Theological Seminary de Filadelfia. Curiosamente podemos leerlo también en castellano ahora, pues acaba de ser traducido el libro de Clowney que lo contiene: Predica a Cristo desde toda la Escritura. Este volumen forma parte de una nueva y fascinante serie de libros publicados por Andamio titulada Ágora. Posteriormente, Keller desarrolló los argumentos básicos de ese mensaje, siendo este libro el resultado de su trabajo y que contó también con la aprobación del mismo Clowney.
Creo que acierta Keller al afirmar que la parábola que contiene Lucas 15:11-32 no debería llamarse la parábola del hijo pródigo, como se la conoce comúnmente, sino la parábola de los dos hijos o, más bien, la parábola de “los dos hijos perdidos”, p.13. Cada uno de ellos representa a uno de los dos grupos de oyentes que tenía Jesús, según Lucas 15:1-2. El hermano menor es una referencia a los “publicanos y pecadores”, v.1. Son aquellos que se habían rebelado contra Dios y su Ley, pero que ahora se volvían a Dios en arrepentimiento y fe por medio del ministerio de Jesús. Personas como Mateo, Zaqueo o la mujer que regó con lágrimas los pies de Jesús en casa de Simón el fariseo. El hermano mayor describe a “los fariseos y a los escribas que murmuraban”, v.2 contra Jesús por recibir y comer con los pecadores. Esta historia “revela el egocentrismo destructivo del hermano menor, pero también condena con firmeza la vida moralista del hermano mayor. Jesús está diciendo que tanto los irreligiosos como los religiosos están perdidos espiritualmente, ambos estilos de vida llevan a callejones sin salida y que todas las ideas que la humanidad han tenido acerca de cómo reconciliarse con Dios han sido erróneas”, p.21. Es más, el pastor de Manhattan cree que la enseñanza de Jesús que encontramos en esta parábola, tiene como objetivo central desafiar a los del segundo grupo, a los escribas y a los fariseos. Nuevamente en palabras del mismo Keller: “La parábola de los dos hijos considera ampliamente el alma del hermano mayor y encuentra su clímax en una persuasiva súplica para que cambie su corazón”, p.20. Este entendimiento de la parábola como sorprendente apelación amorosa a los fariseos y a los escribas para que también ellos entren a la fiesta, no es completamente nuevo. Ya el gran Benjamín B. Warfield, profesor de Teología Sistemática en Princeton Theological Seminary, Nueva Jersey, había afirmado, predicando sobre este mismo texto, que el episodio del hermano mayor era un elemento esencial de la parábola: “Su finalidad es levantar un espejo ante los objetantes farisaicos para que vean su conducta y su mentalidad verdaderas” (El Salvador del Mundo, Benjamín B. Warfield, Editorial Peregrino, p.23). Keller ve en el hermano mayor una forma más sutil de pecado, pero no por ello menos dañina: “Los hermanos mayores obedecen a Dios para conseguir cosas. No le obedecen para conseguir a Dios mismo, con el fin de parecerse a Él, amarle, conocerle y disfrutar de él. Así que, los religiosos y moralistas pueden evitar a Jesús como Salvador y Señor, tanto como los hermanos menores que no creen en Dios y definen por sí mismos lo que está bien o mal”, p.47. De hecho, Keller ve en la religiosidad incluso con un barniz cristiano, uno de los grandes problemas que debe atajar la iglesia hoy.
Pero Keller no solo amplía en este libro nuestro concepto del pecado y sus consecuencias, sino que, como es habitual en sus publicaciones, nos enseña profunda y provechosamente acerca del carácter de Dios y de la gran salvación que tenemos en el Señor Jesús. En realidad, todos sus libros nos enseñan las riquezas que hay en el evangelio. Creo que es esencial apreciar el hecho de que las obras del pastor de Nueva York son relevantes precisamente porque constantemente demuelen los falsos conceptos que de Dios y del evangelio tiene la gente en general, incluso los mismos cristianos. Esta posición suya me recuerda mucho a la repetida afirmación de C.S. Lewis de que Dios está constantemente haciendo añicos nuestras falsas ideas de Dios. Dios es el auténtico iconoclasta, pues no acepta que podamos sostener un concepto erróneo de su persona y obra. Con este fin, Dios usa su Palabra, la Biblia, para reconducirnos y mostrarnos quién es verdaderamente. Por eso Keller expone y nos expone constantemente el evangelio, pues es en el mismo donde encontramos la gloria de Dios en Cristo (2 Co. 4:4-6).
La parábola de los dos hijos revela, pues, el amor extravagante de Dios el Padre. La parábola nos muestra que, detrás de la figura del padre, hay literalmente un Dios pródigo: “La bienvenida del padre al hijo arrepentido es literalmente excesiva y un desperdicio, ya que se niega a tener en cuenta o calcular el pecado del hijo en contra suya o pedirle que le pague lo que le debe”, p.14. Dios el Padre tomó la iniciativa en cuanto a nuestra salvación y, para ello, entregó por sus hijos lo mejor que tenía, a su propio Hijo Unigénito. En Cristo nos dio a quién verdaderamente necesitábamos, a un auténtico hermano mayor: “Jesús, al incluir en la historia un hermano mayor imperfecto, nos invita a imaginar y desear uno de verdad”, afirma Keller, p.77. En Cristo tenemos un hermano mayor adecuado; uno que estuvo dispuesto a sufrir en la cruz en lugar nuestro, para que nosotros ahora podamos, por la fe en El, ser perdonados y reconciliados con Dios por gracia. Y así, de esta manera, regresar a nuestro verdadero hogar para disfrutar del banquete eterno que Dios ha preparado para su iglesia.
Estamos, pues, ante otro gran libro que nos reta a ahondar en el evangelio de Jesucristo y, de esta manera, encontrar la esencia misma de la fe cristiana: “la gracia desmesurada de Dios”, p.14 que constituye, como nos dice Keller, “nuestra mayor esperanza”, p.14.
Reseña realizada por José Moreno Berrocal y publicada en la Revista Edificación Cristiana.