De hecho, muchos de estos reformadores españoles provenían de la parte central de España que hoy conocemos como Castilla La Mancha.
El 31 de octubre de 1517, el monje agustino alemán Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittemberg un documento que iba a cambiar la Historia. Conocido desde entonces como las 95 tesis, era un ataque frontal contra la venta de las indulgencias con las que el Papa financiaba la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. En realidad, esta acción representó un desafío al poder del Papa en el nombre de otra autoridad de más antigüedad y con mejores credenciales, la de la Palabra de Dios. Desde entonces, el 31 de octubre permanece como una fecha emblemática para el protestantismo. Por ello, y ya con el nombre de Día de la Reforma, es recordada en muchos lugares del mundo con multitud de actos centrados en anunciar las doctrinas que se redescubrieron en esa época. Esas enseñanzas se resumen en cinco grandes afirmaciones: Solo la Biblia, Solo Cristo, Solo por Fe, Solo por Gracia y finalmente la Gloria solo a Dios. También aquí en España se recuerda la Reforma Protestante del siglo XVI con distintas actividades en varios lugares de nuestra geografía nacional.
Puede que muchos se sorprendan ante esta celebración en España. La Reforma Protestante parece o resulta algo extranjero. Tal fue el protagonismo que adquirieron en la Reforma Lutero, Calvino y otros reformadores europeos que todo parece apuntar a unas vivencias muy alejadas de la realidad española de entonces o de ahora. Pero esto no podría estar más lejos de la realidad. Es un hecho cada día más patente, conforme progresa el conocimiento histórico, que España, al igual que le ocurrió al resto de Europa, también tuvo su propia Reforma y sus propios reformadores. En esto, como en tantas otras cosas, España fue tan europea como Alemania, Francia, Inglaterra o Suiza, por citar algunos países. De hecho, muchos de estos reformadores españoles provenían de la parte central de España que hoy conocemos como Castilla La Mancha. De nuestra región procedían los llamados alumbrados, entre los que se desarrolló una especie de incipiente protestantismo español. La palabra alumbrado designaba, según el profesor de Princeton, José C. Nieto a “personas en estrecha comunión con Dios y, en consecuencia, iluminadas por la relación con Él”. Entre estos alumbrados debemos destacar a Isabel de la Cruz, de la que no se conocen muchos datos biográficos, pero que debía ser natural de Pastrana. Pero también a Pedro Ruiz de Alcaraz. Nacido en Guadalajara hacia 1480 es, junto con Isabel de la Cruz, de la que era discípulo, el representante más famoso de los llamados “dejados”. Estos eran una de las ramas de los alumbrados que se caracterizaban por descansar exclusivamente o dejarse en las manos del amor de Dios para salvación. A su vez Pedro Ruiz de Alcaraz es el padre espiritual de Juan de Valdés (Cuenca, 1509 – Nápoles, 1541) una de las principales figuras de lo que podríamos llamar primer protestantismo español. Las tesis valdesianas son nítidamente evangélicas. Valdés escribe con meridiana claridad acerca de la justificación por la sola fe en Jesucristo. Algunos sostienen que Juan de Valdés pudiera haber leído e incluso citado a Lutero en su primera obra, el Diálogo de Doctrina, fechada en 1529. Pero resulta evidente que el germen de sus enseñanzas ya estaban en Isabel de la Cruz y Pedro Ruiz de Alcaraz. “Hay en Isabel de la Cruz”, nos dice nuevamente Nieto “una clara doctrina de la gracia en oposición a los actos humanos”. Por tanto, no solo existieron reformadores en España sino que, además, fueron originales en sus planteamientos religiosos con tesis protoprotestantes aún bastante antes de 1517. Esto no puede sorprendernos tampoco porque tanto Lutero como Isabel de la Cruz, Pedro Ruiz de Alcaraz y Juan de Valdés bebieron de la misma fuente: las Sagradas Escrituras. Los testimonios inquisitoriales que nos han llegado acerca de los “dejados” demuestran que poseían un maravilloso conocimiento de las Escrituras que admiraba a los mismos inquisidores. Y es que la lectura y el estudio directo de la Escritura siempre lleva a los lectores a las mismas conclusiones. Da igual de donde procedan o la época en la que hayan vivido. Dios, obviamente, ha hecho que su Palabra sea clara y sencilla de entender en aquello que tiene que ver con nuestra salvación. Por ello, es curioso constatar como la Inquisición misma, en el famoso proceso contra Pedro Ruiz de Alcaraz e Isabel de la Cruz reconociera esa identidad espiritual entre reformadores de distintas parte de Europa y de distintas épocas: “Lo segundo que siento es que en ella (en la herejía de los alumbrados) se resuçitan eregias porque aquel ynterior dexamiento aquella suspensión occiosa de pensamiento aquel no hazer más de dexarse a que Dios obre y no ellos herror fue de Joannes hus y de Joannes flirseso por Leuterio seguido que niegan el livre alvedio pa obrar...” (AHN Inquisición de Toledo. Legajo 106, núm 5, ff 376r-376v). Lutero, de hecho, ya había afirmado, con respecto a su identidad espiritual que “en realidad todos somos husitas”. Lutero, como los inquisidores de Toledo, se refería a Juan Huss (1370, Hussenitz, Bohemia del Sur – 6 de julio de 1415, Constanza, Alemania) quemado por sus opiniones reformistas.
También resulta evidente que ya avanzado el siglo XVI, esa ideas protestantes prendieron una llama en el corazón de bastantes españoles. Así, el historiador católico Gonzalo de Illescas, refiriéndose a los terribles autos de fe de mediados del siglo XVI, escribía que: “En años anteriores, alguna vez se prendieron en España herejes luteranos en número mayor o menor, y fueron quemados, pero estos eran extranjeros, alemanes, holandeses o ingleses. A continuación se enviaron al patíbulo gentes pobres y de cuna humilde, y les ponían los sambenitos en prisión; pero en los últimos años hemos visto llenas las prisiones, los patíbulos y aún los quemaderos de hombres notables y, lo que es más lamentable, de personas que según el sentido del mundo sobresalían mucho de otros en instrucción y virtud… Y eran tan números que si todavía se hubieran esperado dos o tres meses más en combatir esta plaga, esta peste se hubiera extendido por toda España y nos hubiera traído la desgracia más dura que jamás le habría herido.”
Illescas da testimonio del número de evangélicos que había entonces en España. Pero también menciona que muchos de ellos eran hombres y mujeres de renombre. El historiador escocés Thomas M' Crie, en la conclusión de su Historia de la Reforma en España, dice que “Por los hechos que hemos presentado, el lector habrá podido apreciar la extensión que alcanzó la propagación de la doctrina reformada en España y la respetabilidad, tanto como el número de sus discípulos. Tal vez no hubo nunca en ningún otro país una proporción tan grande de personas ilustres, tanto por su rango, como por sus conocimientos, entre los convertidos a una religión nueva y proscrita”. De hecho en España, por esos mismos años, mediados del siglo XVI, circulaba un curioso dicho al respecto. Es Cipriano de Valera, denominado “El Hereje Español” (Fregenal de la Sierra, Badajoz, 1532 – Londres, 1602), monje jerónimo convertido a la fe evangélica y traductor de la Biblia al castellano, el que nos lo trae: “Común refrán es el día de hoy en España cuando hablan de algún docto decir que es tan docto que está en peligro de ser luterano”. El 23 de septiembre de 2010, el diario ABC publicaba un artículo titulado Castilla-La Mancha, tierra de gramáticos. En el mismo, sus autores, Óscar González Palencia y Antonio Illán, nos recordaban como nuestra tierra castellano-manchega ha sido patria de muchos y excelentes estudiosos de nuestro maravilloso idioma español. Entre los mismos destacan a Juan de Valdés y a Juan Calderón. De Juan de Valdés afirman lo siguiente: “Con el mismo denuedo con que Nebrija se opuso a los gramáticos que le precedieron, Juan de Valdés, autorizado por su condición de humanista y de castellano de nacimiento, escribe en 1535 el Diálogo de la Lengua, con el que arremete contra Nebrija, a quien atribuye errores en su deliberación sobre el castellano, producto de su origen andaluz. Esta es una obra clave por su madurez de perspectiva, por la perspicacia de visionario de su autor y por la brillantez de su estilo, considerado como el paradigma del español clásico. Valdés aborda la práctica totalidad de los enfoques de estudio de la lengua, lo que hoy llamaríamos estructuras”. También es muy elogiosa la referencia a nuestro Juan Calderón: “También puede presumir Castilla-La Mancha de haber dado, en el siglo XIX, uno de los gramáticos más originales y profundos de la centuria, Juan Antonio Hermógenes Calderón Espadero (Villafranca de los Caballeros, Toledo, 1791 – Londres, 1854), artífice de un Análisis Lógica y Gramatical de la Lengua Española (1843), que produce perplejidad por su riguroso formalismo y su profundidad de análisis. Su figura ha suscitado el interés del profesor Ángel Romera Valero, nacido en Úbeda y residente en Ciudad Real”. Como algunos saben, ha sido el Ayuntamiento de Alcázar de San Juan el que estuvo detrás de la reedición crítica por parte de Ángel Romera de dos de las grandes obras de Juan Calderón, su Autobiografía y su Cervantes Vindicado. Tanto Juan de Valdés como Juan Calderón mueren fuera de su querida patria. Esto no fue elección personal. Fueron forzados al exilio por los que creían que la grandeza de España estribaba en el pensamiento único.
Es patente, pues, que España también fue tierra de la Reforma. Aquí hubo, igualmente, seguidores de la misma. Estos procedían de todas las capas de la sociedad. Eran hombres y mujeres, pobres y ricos, nobles y gente del pueblo. Solo la sangre y el fuego impidieron que la fe evangélica pudiera, entonces, arraigar en España como si lo hizo en otros países europeos. Por eso también el Día de la Reforma es una fiesta española. La Reforma Protestante del siglo XVI es también nuestra Reforma.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de la Mancha" el viernes 29 de octubre de 2010. Publicado con permiso.