Toda felicidad nos apunta al único que puede colmarnos de una alegría completa y eterna, a aquel que es la fuente de todo placer, el Señor Jesucristo.
Las fechas de la feria de Alcázar, y de muchos otros pueblos, coinciden con una de las fiestas más importantes que celebraban los judíos, la de los tabernáculos. También se la conocía como «la fiesta de la cosecha», ya que Dios había ordenado que se celebrara después de que: «hayas recogido los frutos de tus labores del campo» —Éxodo 23.16. En nuestra tierra, la feria está unida a la vendimia, la recogida de la uva, de la que obtenemos el producto más característico de nuestra tierra, el vino. La alegría por la cosecha es la esencia de la fiesta.
En su evangelio, el Apóstol Juan menciona la presencia de Cristo en la fiesta de los tabernáculos —Juan 7. Su intervención en la misma es significativa. De entrada, Jesucristo enseñaba —Juan 7:14, causando admiración por el contenido celestial de su doctrina. Pero Juan destaca como Jesús enseñó que Él era Aquel al que apuntaba la fiesta misma. La fiesta de los tabernáculos recordaba al pueblo de Israel que, después de haber sido liberados de Egipto por la mano poderosa de Dios, estuvieron en el desierto durante cuarenta años. Allí se alojaron en tiendas (tabernáculos) durante todo ese tiempo. Por ello, en la fiesta, debían vivir en tiendas durante siete días: «para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo el Señor vuestro Dios» —Levítico 23:43. Elemento imprescindible para la vida en el desierto es el agua. Dios milagrosamente proporcionó agua a Israel en el desierto. Hasta en dos ocasiones se nos relata esa provisión divina de agua para el pueblo. En Éxodo 17:1-7 leemos que, al golpear Moisés la peña en Horeb, por mandato expreso de Dios, salieron aguas de las misma. Posteriormente, volvió a ocurrir lo mismo, tal y como lo podemos encontrar en Números 20:1-13. Cuando después del regreso de la cautividad babilónica, los judíos volvieron a celebrar la fiesta de los tabernáculos, Esdras, en oración a Dios, reconoció que fue Dios el que en su sed les sacó agua de la peña: «agua les diste para su sed» —Nehemías 9:20. Por ello, es muy revelador leer las palabras que Jesús pronunció cuando asistió a aquella celebración: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» —Juan 7:37, 38. El agua física calma la sed y proporciona satisfacción y deleite. Pero, se apunta aquí a otro tipo de sed. Una sed tal, que solo el Dios hecho hombre puede colmar. Aquel suministro divino de agua en el desierto, enseña Jesús, encerraba un significado más profundo y final, a saber, que solo el Señor Jesús puede dar sentido final a nuestras vidas, un gozo inefable y glorioso. La fiesta de los tabernáculos, por tanto, señalaba ya a Cristo como el Único que puede calmar la sed espiritual del ser humano. La gran noticia es que es Cristo mismo el que nos invita a saciarnos: «si alguno tiene sed, venga a mí y beba». Jesús aclara que beber es creer en Él. Creer no es meramente afirmar su existencia, sino entrar en una relación personal con Él. Es recibirle, como dice Juan en el prólogo a su evangelio —Juan 1:12, para venir así a ser hechos hijos de Dios.
Comentando esta afirmación de Jesús, el apóstol Juan añade que: «Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» —Juan 7:39. En la Escritura el agua se asocia, a menudo, con el Espíritu Santo. Muchos son los pasajes que así lo enseñan, pero se puede destacar Ezequiel 36:25-27: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra». Esto es también la conexión que hace Juan aquí. Los ríos de agua viva que vienen al creer en Cristo, es una alusión a la presencia del Espíritu Santo en aquellos que creen en Él. Cuando Jesús dijo esto, el Espíritu Santo todavía no había venido «porque Jesús no había sido aún glorificado». Para Juan, la glorificación de Jesús está relacionada con el cumplimiento de la voluntad de su Padre. El plan de su Padre consistía en enviar a su Hijo a este mundo para morir en lugar de los pecadores, llevando así el castigo que estos merecían haber recibido. Implicaba su resurrección de entre los muertos y su ascensión de vuelta al Padre. Desde allí, el Padre y el Hijo enviarían al Espíritu Santo. Este es el gran regalo del Padre y del Hijo a su iglesia. Según enseñará posteriormente en su evangelio Juan, la presencia del Espíritu será insustituible —Juan 16:7. Y esto, porque solo el Espíritu Santo puede convencernos de nuestro pecado, y mostrarnos la suficiencia de la Persona de Cristo para perdonarnos y llevarnos de vuelta al Padre —Juan 16:8-15.
Cristo ya ha sido glorificado. El Espíritu Santo ya ha venido al mundo —Hechos 2:1-4, 32, 33. ¿Cómo puedes saber si lo tienes? Si reconoces tu pecado contra Dios y contra tu prójimo, y si has recibido a Jesucristo como Señor y Salvador, entonces puedes estar seguro de que el Espíritu Santo está contigo. Si eres consciente de que tú no te puedes salvar a ti mismo, y de que solo Cristo te puede salvar, entonces el Espíritu Santo está en tu vida. La fiesta de los tabernáculos celebraba la cosecha, lo cual era una fuente de gran alegría. De la misma manera, el fruto de la obra de Cristo, el Espíritu de Cristo en la vida de los que creen en Él, trae profunda satisfacción y deleite, un gozo que solo el Salvador puede otorgar, el sentido final de la vida misma. Al disfrutar de la feria con tus familiares y amigos, y participar del alborozo general de todos, recuerda que todo momento que toda felicidad nos apunta al Único que puede colmarnos de una alegría completa y eterna, a Aquel que es la fuente de todo placer, el Señor Jesucristo. Solo Él es el cumplimiento de toda fiesta. Como dice el Salmista David: «Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre» —Salmo 16:11.
José Moreno Berrocal, es el pastor de la Iglesia Cristiana Evangélica de Alcázar de San Juan